Opinión

Los estudiantes que me inspiran

Un profesor, muy desencantado, se retiró este cuatrimestre de la universidad donde imparto docencia a estudiantes de Comunicación Social.

El colega me confesó en el nivel anterior la enorme desazón que le provocaba ver a estudiantes en horario de clases más pendientes de sus celulares que del profesor que se afana por transmitirles conocimientos.

Argumentó, además, la falta de pasión y compromiso de la mayoría de los estudiantes para alcanzar una acrisolada formación que les permita ser exitosos en la carrera que eligieron.

Confieso que he vivido –apelando al título del libro que recoge las memorias del escritor chileno Pablo Neruda- las mismas experiencias de mi colega que me causan idéntico desaliento y la intención de decirle adiós a una de mis pasiones: el magisterio.

A veces he pensado si vale la pena dedicar tantas horas a preparar mis cátedras y a la corrección semanal de decenas de prácticas, tiempo que podría dedicarlo a otras actividades mucho más remunerativas, porque demás está decirles los salarios de miseria que se pagan a los profesores universitarios. Pero resulta que el magisterio es por una auténtica vocación en que el dinero queda relegado a un plano secundario.

Pensando en el retiro del profesor, la semana pasada me provocó una gran desilusión leer dos noticias trágicas ocurridas en Europa, vinculadas a la salud mental tan ignorada entre niños y adolescentes.

La primera fue de un estudiante de 16 años que mató a puñaladas en plena clase a una profesora de español en un liceo ubicado en el suroeste de Francia.

Aunque el joven alegó al principio que "oía una vocecita" que lo incitaba a cometer el crimen, luego ha trascendido que un compañero de clases lo molestaba en el aula, a lo que se sumó cierta animadversión hacia su profesora de español porque sus resultados en la asignatura no eran buenos.

El otro caso ocurrió en España, en una localidad a 60 kilómetros de Barcelona, donde una niña de 12 años falleció tras lanzarse al vacío con su hermana gemela del tercer piso de un edificio donde residían. La hermana sobrevivió a la caída, pero se encuentra en estado crítico.

En el curso de las investigaciones ha trascendido que las dos menores, de origen argentino, habían padecido acoso escolar debido al acento de su país al hablar.

Los casos en ambos países han reavivado la preocupación sobre la salud mental en niños y adolescentes, aunque quizás alguien a este nivel de la lectura razone que esos trágicos sucesos fueron en Francia y España, muy lejos de este país caribeño, donde todavía resulta difícil que ocurran sucesos de esa naturaleza.

Pienso que, por el contrario, si ves la barba de los adolescentes vecinos arder, sin importar la distancia, por la de los tuyos a remojar.

En un audio que se ha convertido en viral, pude escuchar, también la semana pasada, a una joven estudiante del país insultar al profesor de una universidad con palabras impublicables, al alegar que el educador también fue grosero con ella y no la evaluó como esperaba.

El incidente quizás pase desapercibido y, algunos lo aprovecharon incluso para hacer “memes”, pero realmente muestra que hemos perdido de vista que la pandemia del Covid-19 lesionó por igual el bienestar físico y mental de niños, adolescentes, jóvenes, adultos y personas de la tercera edad. Recordemos, además, que este mes seis estudiantes de la Escuela Ernesto González Lachapell, en Baní, aseguraron que vieron al diablo y tuvieron que ser trasladados de urgencia por ataques de pánico al Hospital Nuestra Señora de Regla de ese municipio.

Toda esa carga de violencia que se viraliza en redes sociales y medios de comunicación, incluidos algunos “retos” para los menores de edad, de alguna manera podrían tener en el futuro más inmediato de lo que pensamos, un impacto negativo en los hogares y centros de enseñanza.

Profesionales de la conducta en el país –mucho antes del impacto de la pandemia del Covid- han advertido que las demandas académicas, familiares y económicas, unido al acoso escolar, problemas de adaptación, provenir de familias disfuncionales y las adicciones, inciden en trastornos del estado de ánimo y mentales, como estrés, baja autoestima, ansiedad y depresión, entre los niños en edad escolar y jóvenes universitarios.

Así como se habla de la necesidad de una atención en salud mental descentralizada y con un enfoque comunitario, un aporte valioso para nuestros escolares y universitarios, del que se beneficiarían también los profesores para mejorar el trato con sus pupilos, sería contar con servicios de psicología en cada centro educativo, sin importar el nivel.

Las nuevas tecnologías, con el uso intensivo de redes sociales, inciden también en la salud mental de los jóvenes, cada día más lejos de la interacción humana en los hogares, con sus padres, y en los centros educativos, con sus profesores.

Finalmente debo confesarles ¿Qué me ha llevado a no imitar a mi colega y retirarme del magisterio? Pues mensajes como el de José, uno de mis estudiantes que ya terminó con éxito su monográfico, está listo para graduarse y me envió el siguiente texto, vía WhatsApp, para agradecerme por aportarle a su formación académica: “En esta ocasión le escribo para agradecerle por su aporte y dedicación, así como también por el apoyo tanto en las aulas como fuera de ellas, gracias por sus consejos, por su entrega. Gracias por aguantarme, gracias por cada corrección, por cada consejo, gracias por tanto”.

Esos estudiantes como José, inquietos, celosos con su formación, que me “molestan” con tanta frecuencia en busca de orientación y que me retan cada día a ser mejor educador, son los que definitivamente me inspiran y me motivan a no rendirme.

Los educadores jugamos un rol estelar en la misión de encarrilar a niños y jóvenes, también abrumados por los estresores de la vida.

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