La última esperanza
En medio de mi labor periodística, en días pasados, me encontraba en el barrio Gualey, en el Distrito Nacional, conversando con una madre que había perdió a su hijo por un saldo de cuentas.
Mientras la madre narraba la que fue su vida y describía sus acciones en el entorno familiar, le pregunté si el caso fue un hecho aislado o la delincuencia mantenía en constante asedio a la barriada, ella únicamente expresó: “los delincuentes aquí son los dueños del barrio”.
Cada suspiro y reacción me obligó a reflexionar sobre la impotencia de muchos ciudadanos al saber que no son tomados en consideración ni escuchados.
De una forma reiterativa, la madre explicaba el daño constante de los malhechores a ese sector y, en ese preciso momento en el que hablábamos, se escuchó el tronar de varios disparos.
Para mí, fueron impactantes las impresiones de quienes se encontraban ahí, ante ese hecho. Algunos salían a las calles para indagar acerca de lo sucedido y otros lo asumieron de manera tan natural, como si se tratara de un acto cotidiano en la comunidad.
Y ante todo esto, la gran pregunta es, ¿será que los jóvenes y las próximas generaciones continuarán siendo el resultado de una sociedad carente de valores, sobre todo, de algunos dirigentes políticos que solo están “llenos de buenas intenciones”?
¿Tendrán nuestros hijos y nietos que, sin importar el desarrollo económico, continuar padeciendo las mismas enfermedades sociales de nuestros padres y abuelos?
Es tiempo de que las nuevas generaciones redireccionen en su forma de pensar y cuestionen la problemática en busca de soluciones, al menos en un tiempo futuro porque, sin letras en mayúsculas ni grandes comillas, la juventud siempre será la última esperanza.