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Ucrania, ¿qué importan tantos muertos?

Solapado en el lenguaje clave de la alta política que, grandilocuente, articulan las potencias en este escenario y coyuntura en que la reorganización geopolítica del mundo en beneficio propio es la base de la “nueva normalidad” y del “nuevo orden” informados sobre las cenizas de la pandemia de la Covid-19; camuflado, allí se pronuncian resultados —que esperamos— menos desesperanzados a los que preconiza tanta artillería verbal, altisonante y gorilesca.

Son discretos indicios; apenas vocablos sueltos. Inician con un Presidente estadounidense presentándose en el territorio del conflicto ruso-ucraniano para expresar su compromiso y —quizás— un mandato más allá de la propaganda política para indicar, al sutil modo del poder grande: ¿que la guerra ha de tener tope, que negociar se impone; que la ayuda reduce a US$500 millones; que la cosa es con USA?

Le sigue el paso adelante de China: proponiéndose en un nuevo rol, distante de gendarmerías, interesada en resolución de conflictos internacionales. Actuación nueva y contrapeso moral sumaría a su fortalecida capacidad económica, tecnológica y productiva ante la ausencia de entes con poder fáctico capaces de asumirlo con eficiencia, ante la erosión del centralismo a favor de las parcialidades en que la compactación en bloques regionales —económicos, tecnológicos y militares— está re-segmentado el orbe y cuando, a diferencia de Obama, los actores involucrados rechazan, en tal papel, iglesias o papas. Son palabras discretas, deseosas de ser escuchadas por oídos atentos. Un pétalo solitario sobrevolando cactus.

Aunque coinciden en las exhibiciones de poder, el lenguaje despachado desde tribunas polacas, ucranianas y rusas mediante actores estadounidenses, rusos, chinos y ucranianos de roles maestros, ¿trae otro mensaje? ¿La necesidad de concluir la guerra; llegar a un armisticio sin perdedores? Ucrania y los abatidos ya lo son.

El Presidente ruso, lo expresó sin rodeos: tarde o temprano negociar se impondrá. Palabras procedentes de un miembro del G8 (G7+Rusia); con quien deben dialogar y apoyar: limitando el conflicto al territorio ucraniano, esto es impidiendo que Ucrania pueda atacar objetivos en territorio interno de Rusia.

Pese al radicalismo verbal, pocos países europeos irán contra su vecino estratégico y suplidor, aunque —está claro— cada quien tratará de obtener ventajas ostensible de esta matanza.

Como no-miembro de la Comunidad Europea, Kiev no tiene acceso al conjunto de beneficios en protección, seguridad y financiamiento. Su situación es tan dramática que el Fondo Monetario Internacional (FMI) tiene un año revoloteando alrededor de un préstamo que no acaba de desembolsar porque, naturalmente, no hay garantías de que esa nación destruida por la tozudez de las partes involucradas directamente esté en capacidad de pagarlo o usarlo en algo diferente que guerrear.

Otra palabra navega entre discursos y opiniones: “reconstrucción de Ucrania”. De ser así, cierta, el grande negocio se avecina, en tanto el capital global entra en compás de espera a que el precio de las propiedades, negocios y tierras ucranianas continúen bajando, calibrando oportunidades. Valdrá menos una Ucrania más destruida.

En un mundo tan cruel no es descartable que los involucrados en este conflicto sean los futuros compradores e inversionistas.

Al capital salvaje, ¿qué importan tantos muertos?

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