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Vamos mal

De repente, en un abrir y cerrar de ojos, esta sociedad se ha transformado. Asistimos a una cotidianidad de espantos. Los asombros son cada vez más viles.

Las crueldades de los delitos que narra la prensa sobrecogen y alarman.

Secuestros con desenlaces fatales, cadáveres mutilados, violaciones salvajes, asesinatos con torturas bestiales y otras crónicas que superan toda clase de perversidad.

Estas descomposiciones aterradoras han cambiado el clima de tranquilidad, serenidad y sosiego que caracterizó por años nuestro país. Ya no hay hogares seguros, ni calles seguras, mi escuela segura, ni actividad pública segura, ni entretenimiento seguro, en fin, el riesgo es permanente. Todos estamos expuestos a la violencia, a la desconsideración, al atropello.

Vivimos bajo el imperio del terror.

Hemos importado delitos, música, costumbres, conductas y caprichos ajenos a nuestra idiosincrasia.

Esta sociedad, donde abundaba la generosidad y la bonhomía, ha sido perforada por la tragedia de una cultura de violencia inaudita que cada día tiene más protagonistas. “Vivimos en una sociedad a la deriva. Una sociedad enferma de los pies a la cabeza”, ha dicho un editorial del Listín Diario.

Es un país donde los modelos de éxitos se miden desde la óptica del delito, contradiciendo así las viejas reglas de los principios, del donazgo y el decoro.

Ciertamente, vamos mal, muy mal. El abogado de Santiago Ramón Antonio Veras, en un artículo bajo su pluma publicado recientemente en el periódico El Nacional, se refirió a la sociedad de hoy y entre otras cosas señaló: “estamos viviendo en un medio social bajo el cual la mercancía dinero lo determina todo, desde el amor hasta la dignidad y la vergüenza”.

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