Festival de las letras y circunvalación con retraso
La travesía no pudo comenzar peor, pues al acercarnos a Paya se me ocurrió recorrer la inexistente -por postergada- avenida de circunvalación de Baní, sin uno solo de sus cuatro puentes iniciados, ¡ay!, presidente Abinader, sin uno solo.
Era sábado y quizás por eso no encontré ningún empleado en los 19 kilómetros de largo de la obra; apenas observamos a dos agentes de la Policía que, en una motocicleta, como vaqueros de Texas y sospechosamente solos, (no eran parte de ninguna brigada de Migración), perseguían a los obreros de raza negra que construyen la avenida y cultivan los predios agrícolas de la zona, según me contaron, y a esa hora caminaban con sus familias por el lugar, con algo debajo del brazo que parecía una Biblia.
A veces lo que mal comienza termina bien. Y es que, retomada la carretera Sánchez a la altura de Galeón, 22 minutos después las campanas de la iglesia me anunciaron que había llegado al Maniel, exactamente al auditorio Luis Quinn del Ayuntamiento de San José de Ocoa donde me recibieron dos adolescentes uniformadas y formales que me dieron la bienvenida al Quinto Festival Literario del Sur organizado por el Ateneo Ocoeño, donde en horas de la tarde debía hablar de periodismo y literatura, de mis amores regionales, (Baní, off course).
¿Qué ocurrió allí? Mil sueños de letras.
Resulta que en cada uno de los municipios de la provincia Ocoa, una “barsa” de locos por amor, con mucho corazón y dos centavos, (parcialmente ausente la mano todopoderosa de los ministerios competentes y hasta de los incompetentes) se habían montado una feria literaria INTERNACIONAL de ensueño que vino a demostrarnos la razón por la que Borges imaginaba el paraíso en una biblioteca.
“Joder”, me dije a mi mismo. “¿Cómo se puede hacer tanto con tan poco?”, pregunté -sabiendo la respuesta- a Darío Tejeda y a Ismael Díaz Melo, protagonistas de excepción del montaje de este paraíso de letras que flotaban entre nosotros. Estos cronopios “cortazarianos”, estos “locos mayorcitos” de Serrat and friends, estaban demostrando que si bien la política “es el arte de lo posible”, el amor a la cultura puede hacer posible lo improbable.
¿Qué ocurrió exactamente en las 72 horas de orgasmo cultural que duró la Feria? De eso hablaremos en otro bulevar, si los dioses de Borges, Rulfo y Neruda lo permiten.