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Oliver Puello: 25 años no es nada

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Federico A. Jovine RijoSanto Domingo

El recuerdo se resiste a morir en la memoria; aún la llamada resuena en la madrugada, la voz informándonos del accidente, la llamada posterior a la Cruz Roja que nos refirió a la funeraria…todo sigue incólume 25 años después, como si el tiempo no pasara, como si el corazón no se hubiera movido de sitio.

Hablo de ese dolor que todos llevamos dentro, de ese recuerdo que nos marca y nos acompañará hasta el final de los días porque, en definitiva, estadísticamente todos hemos pasado por ese momento en que quedamos marcados para siempre cuando perdemos a un ser querido, pero más que es eso, cuando perdemos a alguien que nos marcó para siempre. Oliver Puello Prat no tuvo tiempo de ser y sin embargo fue tanto. No llegó a casarse y tener hijos o una carrera trascendente e impactante. En definitiva, no dejó nada tras de sí, nada tangible, ninguno de esos absurdos motivos por los cuales la gente se gasta la vida y, sin embargo, aquí estoy, escribiéndole.

¿Cómo explicar que 25 años después recordemos a alguien que no dejó ninguna razón aparente para ser recordado, a menos que volvamos a las pequeñas cosas, esas que lentamente van dejando una huella? Oliver supo dejar parte de su corazón en el corazón de todos quienes pudimos conocerlo. Era de esa clase de personas que siempre piensan en los demás, y que sin importar las circunstancias siempre estaba ahí, firme, presente, pendiente. Por eso destaco las pequeñas cosas que lo hicieron grande, porque a pesar de que su vida fue segada por el soplo aleve de la muerte en sus tempranos años, ahora su recuerdo se torna para nosotros, sus amigos, en un referente ineludible de principios y convicciones sociales firmes e inquebrantables.

Hoy recuerdo a Oliver como la encarnación del ideal ignaciano de “en todo amar y servir”, porque ese era él, y eso fue lo que nos enseñó; y si su vida fue corta, su recuerdo fue enorme, pues marcó a toda una generación del Colegio Loyola; y si la tricolor pudo ondear tiempo después en las cimas más altas de casi todos los continentes, fue porque él nos enseñó el camino y nos hizo creer que recorrerlo era posible. Hoy celebro tu vida y tu recuerdo, Oliver, en la memoria de tus gestos y enseñanzas, porque si 25 años no es nada, entonces no tengo porqué extrañarte. Porque estás aquí, dentro, tan cerca de nosotros, que casi puedo hablarte.

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