Viscardo, peruano, jesuita y patriota independiente
Juan Pablo Viscardo y Guzmán, (1748 Arequipa, Perú – 1798, Londres) fue lanzado al destierro por la expulsión decretada por Carlos III en 1767. Varias veces intentó infructuosamente de regresar a su Perú natal para reclamar una herencia.
Desde los tiempos de la revuelta de Tupac Amaru en el Perú (1780 – 1783), Viscardo había intentado, sin éxito, convencer a la corona inglesa que apoyara los esfuerzos independentistas en América. En 1791 el exjesuita expuso sus ideas en su “Carta dirigida a los españoles americanos” por uno de sus compatriotas, escrita hacia 1792. Sabiendo que la muerte le andaba cerca, entregó sus papeles al encargado de negocios de los EE.UU., en Londres, Rufus King, quien a su vez los entregó a su amigo, el patriota venezolano Francisco de Miranda. Cuando Miranda desembarque en Coro, Venezuela (1806) para provocar un levantamiento contra España, repartirá la Carta de Viscardo, ordenará que se lea en las iglesias y la colocará en sus puertas.
He aquí algunas de sus ideas: España nos obliga a comprar sus productos a precios elevados; nos posterga en los nombramientos de funcionarios; las injusticias padecidas por los primeros conquistadores son las mismas que hemos padecido los criollos; un mar inmenso nos separa de España, su gobierno desconoce nuestros problemas; sigamos el ejemplo que han dado las colonias inglesas en América; podemos ser sin duda un continente que acoja a todos los que buscan la libertad. Viscardo soñaba en un Perú integrado por indios, mestizos y criollos. Su madre hablaba quechua.
Batllori S.J., escribió (1953) relativizando el influjo de Viscardo en los esfuerzos independentistas. Tal vez entonces la Carta no fue muy conocida, pero algunos españoles captaron su potencial explosivo. Pocos días después del alzamiento del cura Hidalgo en México (16 de septiembre de 1810), dos frailes dictaminaron contra la Carta de Viscardo “la carta toda es falsa, temeraria, impía y sediciosa, injuriosa a la religión y al Estado, a los reyes y a los pontífices: tan acre y mordaz, tan revolucionaria y sofística, que si el Santo Tribunal no aplica desde luego toda su actividad para sofocarla, pereceremos sin duda a la fuerza de los engaños jesuíticos, y de la conjuración que se intenta con el título de la humanidad y del patriotismo.” (Carrasco and Bárcena 2004, 114). El patriota mexicano José María Morelos leyó la Carta.