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El Duarte poeta

Como el uso de los zapatacones o las corbatas anchas, el imitar el comportamiento ético y liberal de Juan Pablo Duarte no está de moda.

No está de moda, y hoy se lleva menos que nunca, justo en un mundo al que la globalización y un capitalismo salvaje y desmadrado, (arrogante ante su triunfo mundial en los finales del siglo XX), convirtieron en una aldea global en inglés sin más patria que el dinero, y donde ya ni siquiera manda la mercancía porque la mercancía, ¡ay!, somos nosotros.

Entonces, negado a tanto olvido mezclado con cinismo y discursos patrioteros que se niegan en los hechos, al borde del abismo porque al repasar mi biblioteca he vuelto a confirmar que por cada libro escrito sobre Juan Pablo Duarte, se han escrito 50 sobre Rafael Leónidas y su dictadura.

Ante tan cruel realidad, comparto hoy con ustedes el poema escrito por el patricio, que en mi adolescencia rebelde, año 1976, musicalicé para los estudios de Radio Santa María y sus invaluables Escuelas Radiofónicas y el resto de sus programas.

Duarte no era un poeta en el sentido estricto del terminó, ni se dedicó nunca a la poesía (escribió 13 poemas), pero cuentan que vencido ante la dureza y el dolor de la ausencia patria y familiar, ante los rigores materiales y espirituales del exilio (no por algo el mayor castigo de los griegos no era la muerte sino el destierro) escribió lo que sigue:

La cartera del proscrito

Cuán triste, largo y cansado/, cuán angustioso camino/

señala el ente divino/ al infeliz desterrado/.

Ir por el mundo perdido/ a merecer su piedad/

en profunda oscuridad/ el horizonte sumido/.

Qué triste el verlo pasar/ tan apacible y sereno,/

y saber que allí en su seno/ es la mansión del pesar./

El suelo dejar querido/ de nuestra infancia testigo,/

sin columbrar un amigo/ a quien decir: “me despido”.

Pues cuando en la tempestad/ se ve guerrear la esperanza/,

estrellase en la mudanza/ la nave de la amistad.

Y andar, andar errabundo/, sin encontrar del camino/

el triste fin que el destino/ le depare aquí en el mundo./

Y recordar y gemir/ por no mirar a su lado/,

algún objeto adorado/ a quién “¿te acuerdas?” decir. Llegar a tierra extranjera/ sin idea alguna ilusoria/,

sin porvenir y sin gloria/, sin penares ni bandera.

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