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MIRANDO POR EL RETROVISOR

Los jueces de la calle y las apariencias

La experiencia que voy a narrarles la viví el pasado 30 de enero, día del feriado por el 210 aniversario del nacimiento del padre de la Patria, Juan Pablo Duarte. Y la cuento porque quizás ayude a los ciudadanos a reflexionar y al mismo tiempo a las autoridades a corregir entuertos que por tanto tiempo han marcado el rumbo del país.

Acostumbro a trotar temprano en la mañana en el Parque Mirador Norte. Desde diciembre salgo, además, a ejercitarme con un gorro de lana para contrarrestar el frío mañanero.

Ese día, cerca de las 6:45 de la mañana, como había llovido un poco decidí no llegar hasta el parque y limitarme a una caminata dentro del mismo residencial Paseo del Parque, ubicado en Santo Domingo Norte.

Como no conozco mucho la zona –tengo un año y cuatro meses residiendo allí- llegué casi hasta la salida del residencial y me devolví por otra vía paralela. Por desconocimiento, al final terminé en una calle sin salida y cuando intenté devolverme me salieron dos enormes perros que se abalanzaron sobre mí con la intención de morderme.

En una salida rápida para evitar la inminente agresión de los agresivos canes, trepé a la verja de una casa donde estuve hasta que salieron dos residentes del área, un hombre y una mujer.

Los perros se alejaron cuando vieron llegar a los vecinos -a quienes sin dudas sí conocen- pero ahí no terminaros mis angustias. El hombre tenía una enorme piedra en la mano y vociferaba insistentemente ¡Un ladrón! ¡Un ladrón!, para que salieran los demás moradores del área.

Con un golpe en la rodilla que luego me dejó una cojera de dos días, una herida que sangraba y otra lesión en el dedo anular derecho fruto de trepar a la verja, bajé a duras penas, mientras el hombre hacía ademanes de pegarme con la piedra, alegando que yo intenté escalar hacia esa casa con la intención de robar.

Les razoné que era adquiriente del residencial, que había entrado a esa vía sin salida por desconocimiento y que subí a la verja para evitar la agresión de los perros que ellos tenían irresponsablemente en la calle. Sin embargo, seguía amenazándome con la piedra y gritando ¡Un ladrón!

Le exhorté a soltar el pedrusco y evitar llegar al extremo de hasta intentar lincharme, como hacen muchas personas sin primero investigar si están realmente frente a un ladrón o asaltante.

Luego de hacerles entrar en razón y de sugerirles incluso que me acompañaran a mi casa para comprobarlo, el hombre y la mujer me pidieron excusas, pero no sin antes decirme ella que yo parecía un ladrón por el gorro de lana y él porque me halló trepado en la verja.

Me confesaron que están cansados de los robos y que días antes un residente salió con una pistola a repeler a “un ladrón” que detectó en la cul-de-sac. Pensé en ese momento que alguien incluso pudo hasta darme un tiro.

A mí me atacaron dos perros, pero investigué que realmente son cuatro los canes que su dueño suelta en la calle sin salida para salvaguardar las propiedades del lugar.

¿Por qué comparto esta experiencia vivida que incluso a algunos les pudiera parecer hasta graciosa? Pues tiene varias lecciones que como ciudadanos debemos asimilar para evitar caer tan frecuentemente en injusticias.

Primero, esos estereotipos que nos llevan a juzgar por las apariencias. En mi caso fue por un simple gorro de lana, pero a otros los etiquetan por llevar una “pelada caliente”, tatuajes, aretes o por usar un pantalón tan bajo que deja ver los calzoncillos. En realidad, en las calles abundan personas deshonestas con la apariencia de gente seria.

Segundo, agredir salvajemente a una persona en las calles y hasta lincharlas, sin darle la más mínima oportunidad de que explique si realmente es un asaltante o ladrón. Pienso cuántas personas inocentes ha quedado con lesiones permanentes y en el peor de los casos han sido linchadas, sin darles el chance tan siquiera de hablar para defenderse.

Tercero, la irresponsabilidad con el manejo de los animales, especialmente de los perros que se tienen para salvaguardar propiedades. Me enteré que en el residencial una persona fue mordida por otro can porque el dueño dejó abierta la puerta de la marquesina.

Al área donde me ocurrió el percance incluso han entrado niños en bicicletas, aunque han sido advertidos por los vecinos de que allí hay perros sueltos. ¿Qué pasaría el día que alguien no pueda prevenirles a tiempo?

Y cuarto, la actual ola de robos y atracos que a diario se hacen virales por las redes sociales, retratan una situación altamente preocupante, a tal punto que ha provocado una paranoia casi general en la población.

Ese temor está llevando a las personas a gestionar sus propios mecanismos de seguridad -algunos tan ilógicos como tener perros de raza sueltos en las calles- y en el peor de los casos tomar la justicia en sus manos.

Muchos lo atribuyen a un código procesal penal garantista, pero que de manera particular siempre he defendido porque obliga a los jueces a emitir una sentencia basada en pruebas irrefutables y no solo en la apariencia del imputado.

Como ocurrió conmigo ese día feriado con los jueces de la calle, que me condenaron por la apariencia, sin interrogatorio, sin expediente y sin un juicio público, oral y contradictorio.

Y gracias a Dios, vivo para contarlo.

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