Un breve papal como loza de la tumba jesuita

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Desde su elección en 1769, José Moñino, futuro Marqués de Floridablanca, embajador español ante Clemente XIV, le recordaba su compromiso de suprimir la Compañía de Jesús. Se le atribuyen las ideas centrales del breve de disolución, pero el Papa redactó su propio documento. Firmado el 21 de julio, 1773, el breve fue publicado el 16 de agosto. Al firmarlo se sintió desolado. Lacouture recoge el rumor de que exclamó: “¡El infierno es mi hogar!” (I, 2006: 574). El Papa había logrado diferir la disolución universal de la Compañía por cuatro años en medio de las dura presiones de Carlos III y allegados.

El Breve (y no una bula como quería Carlos III) alegaba estos motivos: la Compañía desde sus inicios había sembrado gérmenes de discordia. Los soberanos de Portugal, Francia, España, las Dos Sicilias se habían visto obligados a expulsar a los jesuitas. La tranquilidad del universo cristiano requería que fuesen abolidos. También el Papa prohibía que se comentara esta medida y sus motivos. De paso, señalaba que la bula de Clemente XIII (1765) defendiendo a los jesuitas, le había sido arrancada.

Lacouture cuenta, que días más tarde, Clemente XIV “erraba a través de sus dependencias lloriqueando Compulsus feci! (lo hice obligado)” (I, 2006: 576).

El 29 de junio de 1774, “el Papa Clemente XIV dicta y firma una retractación formal de la decisión impuesta por Carlos III de Borbón de suprimir la Compañía de Jesús” (Sáez, 2006: 298).

El 22 septiembre del 1774 fallecía Clemente XIV, “El cadáver gangrenado se descompuso rápidamente con gran fetidez, Azara, y otros con él, lanzaron la especie absurda, creída por no pocos en España y Portugal de que los ex – jesuitas lo habían envenenado.” La autopsia y los médicos lo desmintieron categóricamente (Villoslada, BAC 411, 2004: 182).

El filósofo D’Alembert escribiendo a Federico II de Prusia le contaba: “nada hay más falso que el rumor del envenenamiento del papa […] Se le hizo la autopsia, y no se le encontró el más mínimo indicio de veneno. A menudo se le reprochó la debilidad que tuvo al sacrificar a una orden como la de los jesuitas […] Estuvo de humor amargado y áspero los últimos tiempos de su vida, lo que contribuyó a acortar sus días.” (Lacouture I, 2006, 577). ¿Dijeron algo los jesuitas?

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