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Ausencia de bolero

Para una generación que alcanzó los 50 años, los lugares románticos se extinguieron y con ellos el bolero, vehículo de acercarse a un rostro para expresar confidencias motivadas por la cercanía de dos cuerpos. En las noches nos alimentamos de un guitarreo, o con un cd de apretados recuerdos. La ausencia del bolero en las salas de fiesta nos cierran el acceso a la mujer que queremos golosear.

La falta de romanticismo que marcó su origen se ha convertido en una conversación de intereses comunes en la pareja, con la ausencia de manos atrevidas y latidos, más que apasionados, comercializados. La guitarra, hija prodiga del bolero, nos acerca a la pareja con la imaginación de enredarnos entre sus cuerdas.

El romanticismo perenne en nuestra genética, nos hace bailar el bolero soñando apegados a un voluptuoso cuerpo, queriendo medir sus extensiones. Es difícil convertir el deseo en palabras sin poder bailar un bolero, al no sentir el nivel hormonal que nos inquieta y el calor de un buen trago que circula en nuestras venas, desnudando la pasión que provoca abrazarnos sin tener que despojarnos de la vestimenta.

En definitiva, el bolero, gran instrumento del romanticismo, lo ahuyentaron los mercaderes del pudor al no sentir lo sublime del preámbulo que significa bailar y saborear el buen aperitivo, para luego disfrutar el exquisito manjar. La ausencia del bolero nos ha dejado un vacío en el corazón.

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