Opinión

Se busca un sepulturero para los jesuitas

Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Clemente XIII afirmó: antes me cortaría las manos que suprimir a los jesuitas. En una ocasión, Clemente XIII se había referido a Ganganelli, el futuro Clemente XIV, como “un jesuita en traje de franciscano”. Ganganelli hasta le había dedicado un libro a S. Ignacio. En el prólogo, elogiaba a los jesuitas. En el cónclave que le eligió, se rompió la regla del secreto. Los agentes de los Borbones presionaban a los cardenales. Ganganelli escogió el nombre de su predecesor, pues le había nombrado cardenal.

Lacouture (2006: 569) asegura que los cardenales de las cortes enemigas de los jesuitas amenazaron con el cisma, si se elegía un papa no aprobado por ellos.

El 19 de mayo de 1769, Giovanni Vincenzo Antonio Ganganelli, fraile franciscano conventual, fue electo como Clemente XIV. El jesuita William Bangert lo consideró: “hombre de buena inteligencia, erudito, benévolo y afectuoso, había rehusado dos veces el cargo de General de su orden.

Ganganelli no se comprometió a suprimir la Compañía como precio de su elección, pero de un modo un tanto general hizo notar que, si los requerimientos canónicos no eran violados, la abolición de los jesuitas podía ser considerada a sus ojos como una posibilidad” (1981: 479).

El cónclave duró tres meses y estuvo “totalmente dominado por la cuestión jesuítica”. Se esperaba de Clemente su supresión, sin que él hubiese hecho afirmación alguna que lo vinculara en ese sentido. Él procuró primeramente alcanzar la paz con los estados borbónicos mediante grandes concesiones. La presión de los Borbones, dirigida por España, aumentó no obstante hasta amenazar con el cisma.

María Teresa, la emperatriz austríaca, con tres hijas casadas con Borbones, declaró finalmente, que adoptaría una posición neutral ante una decisión papal. El 28 de mayo de 1769 Ganganelli fue consagrado obispo de Roma. El 26 de noviembre, durante la procesión hacia S. Juan de Letrán, el caballo le tumbó y se golpeó tan duro que no se pudo volver a montar. Durante cuatro años resistió la presión de los borbones para que suprimiera la orden, pero mientras tanto, les quitó a los jesuitas el permiso de oír confesiones y predicar. Los expulsó de varios colegios pontificios y se les quitó la pensión asignada por Clemente XIII a expulsados de Portugal. ¡Pero los jesuitas todavía vivían y coleaban! Carlos III rabiaba.

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