Exaltación

En su sabio designio, Dios había concebido al ser humano, antes de crearlo, con una finalidad última: la de glorificarlo a Él; en otras palabras, honrarlo, reconocer sus atributos y su gloria, y exaltarlo y alabarlo por sus perfecciones. De modo que, llegado el momento, el Supremo Hacedor formó a Adán y Eva con la capacidad de conocer Su existencia, poder y naturaleza divina. Pero, en su vanidad, la resultante humanidad ha rehusado darle al Altísimo el lugar que le corresponde y ha pretendido rebajarlo a la condición de una criatura.

Esta no fue la única reacción rebelde. El hombre, en su soberbia obstinada, se ha negado a admitir que todas las cosas buenas que disfruta proceden de Dios. Esto lo ha conducido a la ingratitud y, en consecuencia, a la enemistad con su Creador. La rebelión contra el Omnipotente ha resultado en un retroceso moral y espiritual. La criatura, hecha a semejanza de su Señor, ha preferido seguir sus propios criterios en la búsqueda del sentido y propósito de la vida, se ha propuesto conocer al Todopoderoso mediante su limitada sabiduría, vana e incoherente, en lugar de conocerlo por la fe.

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