Opinión

De la lucha de clases a la lucha de frases

Fruto de la crisis de credibilidad que afecta a las democracias liberales en todo el mundo, en la lucha política hemos pasado de la lucha de clases a la lucha de frases. Insultantes y descalificadoras frases en la mayoría de los casos. La ignorancia, como la decencia… están de moda, ¡y con respaldo popular!

Allá lejos, va quedando el debate de las ideas, los programas de gobierno convertidos ya en una oda a lo que nunca ocurrirá. Hagan memoria.

Con la llegada de la sociedad de la información, hija de las nuevas tecnologías, se esperaba que tanto acceso y disponibilidad de información e incluso de formación sirviera para mejorar y fortalecer la calidad de la democracia, que es imperfecta como los grandes amores, y como ellos, basta su ausencia para echarlos de menos. Desde los sofistas griegos hasta ayer, la política en democracia fue siempre una lucha de relatos. Veintiún siglos después, ha devenido en una lucha de infartos, de insultos y mezquindades, cabalgando felices en los tres jinetes del apocalipsis democrático que nos advierte Moisés Naim en su obra “La revancha de los poderosos”: El populismo, la polarización y la posverdad.

Desvalorizada hasta el ridículo la inteligencia y el pensamiento, nunca como ahora en la historia de la humanidad la ignorancia y la difamación habían sido tan celebradas, consumidas, admiradas. Precisamente de esa admiración saldrá buena parte de los legisladores y alcaldes de 2024. Por eso, para el 2028 debemos prepararnos para lo peor, pues vistas las preferencias voluntarias de la mayoría de los ciudadanos en la política, la música o la comunicación, es inevitable que, para entonces, el ganador de las presidenciales sea un personaje a lo Trump, quien llegó a la presidencia de Estados Unidos justo y cuando por múltiples razones que van desde la misoginia a la evasión fiscal, donde debió llegar fue a la Isla de Alcatraz o a la cárcel de “Sing Sing”, con la voz de Feliciano de fondo.

Mi amigo Voltaire ha dicho más de una vez, -la última ocasión en El bar de Sabina hace unos meses-, que “los pueblos como los hombres solo aprenden sufriendo”, pero ya ni eso, pues no se trata ya de ninguna imposición imperial, sino de una decisión personal de cada quien. Al fin, “quien por su gusto navega no debe temerle al mar”.

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