Opinión

¡Y yo regresé al mundo, nuevamente!

Frente a la tumba de Antonio Gramsci, macilenta en mansedumbre otoñal, fui bajo una luz mortecina, a comparecer ante uno de los escritores y filósofos más importantes de la cultura italiana. Dos gatos barcinos parecen custodiar el cobertizo. Poetas y filósofos moran en este camposanto. Me sorprende un epígrafe en el portal que dice, que se trata de una necrópolis de ateos, de no creyentes o de no católicos.

Pensaba que la muerte borraba también las creencias y las no creencias, al permitirnos entrar a la eternidad. Suponía que unificaba las energías y abolía las certidumbres y que en su infinito dominio de los espacios se derogaban tronos y principados. Decidí pisar tierra y pensé en uno de los criterios de Gramsci que me había dejado perplejo hace años, y es, el que propone, que no debemos disminuir al adversario, si éste te ha vencido.

Gramsci se refiere a la distorsión subjetiva de no admitir que si el adversario te ha vencido es porque ha demostrado superioridad. La tarea sería revocar esa superioridad, no negándola sino superándola. Discrepo de Gramsci, en cuanto no hace diferencia de la superioridad moral, que no traduce necesariamente supremacía militar. Por ejemplo, Cristo fue vencido solamente en cuanto a la superioridad de la fuerza bruta, desencadenada también en las instancias legales y las profesiones de fe imperante. No se trata de no disminuir al adversario, es que la diferenciación entre el opresor y el oprimido supone el descuello, la preeminencia del gigante moral.

La condición de supremacía ética, fuera del tiempo cautivo del opresor, es siempre una derrota del opresor. Ser vencido no constituye haber perdido la guerra sino una fase de una lucha frontal entre dos mundos o múltiples ideas y visiones de construcción de una sociedad. Entiendo por deducción teórica que Gramsci quiso hacer hincapié en la renuencia del vencido de no asimilar las experiencias de su derrota y ventilar después del revés objetivo, que constituyó la victoria del enemigo, la privación de sus atributos y estrategias.

La correlación de fuerzas enfrentadas es un referente transitorio en la lucha de contrarios. El avasallamiento de las fuerzas nazi fascistas no invalidó la supremacía moral de los “aliados”. La admisión de una fuerza moral por encima del poder de las armas tiene la consistencia del tiempo histórico como aval esencialmente privilegiado. Pensar en Gandhi, por ejemplo, o en el movimiento constitucionalista de abril de 1965, contenido, cercado y virtualmente avasallado, no significó que carecía de la fuerza y la justeza de los principios normativos del Estado de Derecho y los valores imperativos de justicia social y libertad.

Gramsci, por supuesto no escuchó las observaciones que fui a hacer ante su lápida. Nacimos y vivimos tiempos diferentes. Sin embargo de súbito el viento templado de noviembre se internó entre tumbas y alegorías, el cielo rojizo se asomó sobre las copas de los árboles, y yo regresé al mundo nuevamente, Rusia y Ucrania en un gimnasio de odio, las verdades provisionales de todos los demonios. Me despido de Gramsci, y veo una muchacha pelirroja que juguetea con una ardilla, ese fuego pardo de un rosal, que sin embargo se mueve, unos y otros, la muchacha, la ardilla, Gramsci y los gatos barcinos, son apenas y lo ignoran, espejos prematuros de nuestro destino.

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