Disciplina, interioridad y amor
La llegada de un nuevo año es una oportunidad estupenda para conectarnos con nosotros mismos, con los demás, con la creación y con Dios; para, simplemente, dar gracias y evaluar.
Al principio del año se suele actualizar el proyecto personal de vida incluyendo nuevos retos; pero, con frecuencia, olvidamos detenernos para evaluar el crecimiento proyectado; y, finaliza el año sin lograr lo anhelado. Probablemente nos ha faltado disciplina, un monitoreo continuo que asegure su cumplimiento.
Estoy convencido de que, frecuentemente, lo que no logramos con nuestras capacidades intelectuales, sí se alcanza con disciplina (motivación, diligencia, pasión y corazón). La buena disciplina es autodisciplina porque evita la imposición de terceros. La verdadera disciplina es un resultado de la propia interioridad. La autodisciplina es compasión, amor y elección.
Existe una disciplina interna, centrada en la observación atenta de los pensamientos, creencias y sentimientos. Y la otra, externa, relacionada con comportamientos, hábitos y acciones. Es decir, para tener disciplina se requiere primero ser disciplinado: el ser antes del hacer.
La autodisciplina es como un músculo que aumenta con su uso y que al crecer eleva la vida. La disciplina ha de ser siempre equilibrada para evitar comportamientos patológicos, tales como: la rigidez y la objetividad. La disciplina sana agota tu cuerpo y tu mente, pero nunca tu espíritu.
La autodisciplina requiere siempre de un protocolo flexible fundamentado en valores, como, por ejemplo: orden, limpieza y puntualidad. Por otra parte, afirma John C. Maxwell que “nunca cambiarás tu vida hasta que no cambies algo que haces todos los días”.
Los líderes disciplinados hacen lo que otros no hacen; combaten la procrastinación, la impaciencia, la pereza, las justificaciones y el miedo.
A la persona con autodisciplina no le mueve la obligación, sino el amor incondicional, el compromiso. De hecho, la palabra disciplina viene de “ser discípulo”, decide apadrinar una idea y vivirla. Y por eso, la disciplina es un amor incondicional a una visión. Solo las personas disciplinadas son realmente libres. Asimismo, la disciplina es una expresión de autocompasión (autoestima). Una persona que se ama se da lo que desea y es consciente de que el vehículo para conseguirlo es, precisamente, la autodisciplina.
El camino del corazón y del buen espíritu es siempre el camino de la disciplina. Son estos dos caminos que consienten alcanzar los propios sueños con coraje. Los indisciplinados, por el contrario, se guían por la obligación, el sacrificio y el esfuerzo.
La persona disciplinada sabe que el momento oportuno es ahora, que esperar un “momento mejor” es, básicamente, una auto estafa. No permitamos que en nuestro epitafio escriban: “Aquí yace uno que espera estar preparado”.