Opinión

La ruta hacia la expulsión de los jesuitas de Francia

Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

En el siglo XVIII, laboraban en Francia unos 3,000 jesuitas repartidos en 5 Provincias. En los 1760, la Compañía de Jesús operaba unos 99 colegios a lo ancho y largo de Francia (Scully, 2013:16). Los jesuitas habían sido encargados de implementar la Bula Unigenitus (1713) de Clemente XI, emitida desde el extranjero, que aplicaba un procedimiento inquisitorial contra los jansenistas y su visión pesimista del ser humano. Los jesuitas parecían actuar bajo la dirección de una potencia extranjera.

Luis XV (1715 – 1774) necesitaba el apoyo del Parlamento que se negaba a aprobarle más impuestos para la Guerra de los Siete años contra Inglaterra (1757 – 1763). Algunos parlamentarios ya se frotaban las manos pues pensaban que la expulsión de la Compañía aportaría cuantiosos bienes.

Desde 1755, la Compañía de Jesús era blanco de furibundos ataques por el descalabro de las atrevidas operaciones comerciales del jesuita Antoine Lavalette, encargado de las misiones. El padre financiaba las misiones con cargamentos de azúcar y café, que en ocasiones alcanzaban las 600,000 libras. Lavalette recibía inversiones y liquidaba puntualmente luego de vender sus mercancías. Claramente, Lavalette actuaba contra el derecho canónico eclesial y las normas de la Compañía. Al perder toda la carga, debía a sus accionistas una enorme suma. Los acreedores de Lavalette en Nantes y Marsella le demandaron. Los tribunales condenaron a la Compañía a pagar una suma millonaria. Al Superior de Francia se le ocurrió la brillante idea de apelar al Parlamento, asamblea plagada de jansenistas, sus acérrimos enemigos.

El 17 de abril, 1761 los parlamentarios demandaron un ejemplar de las constituciones de la Compañía, ya que se consideraban secretas. Examinadas, los parlamentarios concluyeron que no eran conformes con el modo de ser francés y para colmo su superior residía en otro país.

Los examinadores eran jansenistas y simpatizantes de los filósofos ilustrados. Así se expresó el abate de Chauvelin: la Compañía es “una máquina de guerra, de astucia y de opresión, simple objeto en manos de un potentado extranjero… Una –quinta columna—“(Lacouture I, 1993: 546).

El gobierno central de la Compañía de Jesús se negó a asumir esa deuda.

Luis XV, buscando protagonismo, nombró una comisión más imparcial para revisar las constituciones de la Compañía. El Parlamento tuvo que aplazar durante un año su sentencia.

El cuello sería el mismo; el cuchillo estaría más afilado.

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