El “experto” español y el dramático desahogo de Adriana por un asalto
La semana pasada vi el revelador y a la vez dramático relato de la periodista Adriana Peguero sobre un asalto de que fue víctima en el residencial donde habita, pese a que allí los adquirientes disponen de una garita con personal de seguridad.
A través de sus redes sociales, Adriana narra que decidió ejercitarse el pasado 23 de noviembre, a las 6:00 de la mañana, dentro del residencial, muy cerca del espacio donde prestaba servicio un miembro de la seguridad.
Llevaba una cartera al cinto tipo “riñonera” porque luego tenía previsto ir al supermercado a realizar algunas compras.
Le preguntó al vigilante si era confiable caminar por el área. Ante su respuesta afirmativa y bajo el argumento de que otras personas se ejercitaban allí y nunca había visto un atraco, Adriana le tomó la palabra, pero para su sorpresa a los pocos minutos y a unos doce metros de la garita fue asaltada por un joven a punta de cuchillo.
La comunicadora fue despojada de su celular, dinero, llaves de su casa y su vehículo, tarjetas de crédito, además de que tiene como recuerdo del aterrador momento una herida en la mano -por suerte superficial- de cuando trató de evitar una cuchillada que le lanzó el atracador.
Usted dirá amigo lector, nada nuevo, ese es el pan nuestro de cada día en el país. Y tiene toda la razón. Sin embargo, en el relato de Adriana hay unos detalles muy preocupantes sobre el curso de la criminalidad y de las debilidades al momento de enfrentarla.
El miembro de la seguridad del residencial contactó rápidamente a una patrulla y los agentes le informaron que por las generales sabían quién era el autor del asalto, además de revelar que debía tener alrededor de 15 fichas por casos similares.
Vecinos del sector donde reside el joven asaltante incluso informaron a los agentes que lo vieron caminando y admitió que había herido a una persona para atracarla.
Adriana confiesa que por su condición de periodista tiene más facilidades que un ciudadano común para poner una querella ante las autoridades.
Se auxilió de un amigo policía, pero aun así enfrentó todo un viacrucis para poner la querella.
Ella cuenta que en el hospital Juan Pablo Pina, de San Cristóbal, como llegó con el agente, la doctora que la atendió, sin preguntarle absolutamente nada, asumió que ella era una detenida y llenó el documento convencida de que esa era su condición. En el documento plasmó que los policías que la detuvieron no la habían golpeado.
Narra que en la Fiscalía –también sin preguntarle nada sobre el motivo de su presencia- la persona que “la asistió” simplemente comenzó a detallarle los documentos que necesitaba para formalizar la denuncia. Todos esos papeles ya Adriana los tenía.
Para no alargarles el relato, Adriana indica en sus redes sociales que “se la pusieron en China” y la obligaron a “rodar como una bola de ping pong” por diversos departamentos, ya que comenzó el proceso las 7:00 de la mañana y bien estrada la tarde no había podido completarlo.
Adriana confesó que lloró mucho de impotencia al comprobar que nadie está seguro en las calles, tampoco en un residencial cerrado y con seguridad, pero peor, hasta dentro de su casa. También se mostró indignada por las tantas trabas que enfrentó para poner una simple querella por asalto.
Ya la población entiende por qué la mayoría de los ciudadanos desisten de acudir ante las autoridades para reclamar justicia, bajo el argumento de que “no vale la pena” y alegando connivencia entre delincuentes y policías.
Pues bien, apenas una semana después de ese asalto, el comisionado ejecutivo para la reforma de la Policía Nacional, José Vila del Castillo, dijo en un discurso en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) que en la Policía Nacional había una corrupción interna, institucional y sistémica, auspiciada desde la propia Dirección General hasta el último raso.
El experto español, quien expuso en un seminario internacional sobre seguridad ciudadana, planteó que el actual director general de la Policía, Eduardo Alberto Then, ha desmontado una estructura que cobraba por nombrar en los puestos policiales, decidir los traslados, los ascensos, cobrar las pensiones, renovar los uniformes y las armas nuevas, así como otras irregularidades.
Habló en tiempo pasado, a su juicio ya nada de eso existe en la Policía Nacional, pues al parecer de golpe y porrazo ha sido eliminado.
Vila del Castillo debería revisar los vídeos colgados por la periodista Adriana Peguero en sus redes sociales para que se entere de una realidad que padecen a diario tantos dominicanos en cualquier punto del país.
Debo decirles que el residencial donde habita Adriana se llama “Paraíso de Dios”, en Canasta, San Cristóbal, donde las calles tienen nombres de profetas y otros personajes bíblicos. La tranquilidad y seguridad que observó fue lo que la llevó a adquirir un inmueble en el lugar.
Resulta que con esta delincuencia tan desbordada ningún lugar ya es seguro y, si lo dudan, pregúntenles a quienes incluso residen en elevadas torres de apartamentos.
Una auténtica reforma de la Policía Nacional va más allá de los discursos graciosos de asalariados de los gobiernos que hemos tenido en los últimos años, tratando de meternos hasta en los tuétanos que la delincuencia es simplemente un “asunto de percepción” o lo más nuevo, vídeos viejos que opositores cuelgan en redes sociales para desvirtuar la realidad.
Los videos colgados por Adriana son nuevecitos al igual que otros de ciudadanos que se sienten tan impotentes como ella tras ser víctimas de robos y asaltos.
Tal y como apuntó el propio Vila del Castillo en ese seminario “la Policía es un reflejo de la sociedad. Una policía corrupta es una sociedad corrupta”. Eso que planteó no ha cambiado de la noche a la mañana en el país. Que no trate de vendernos un paraíso, cuando la realidad es que estamos en medio de un infierno que quema más cada día, a la espera de un plan anticrimen y de una reforma policial que propicien la tan anhelada paz y la tranquilidad ciudadana.
Al “experto español” también hay que recordarle que hace tiempo los dominicanos no toleramos que intenten cambiarnos oro por espejitos.