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El fracaso de Luis Abinader

No soy del PRM ni milito en partido alguno, pero todo el mundo conoce el litoral político que me acomoda: me adscribo como “oyente” -tomando prestado el tropo al eminente cardiólogo y mejor amigo José Enrique Espín, quien lo usa para definir la falta de categoría oficial en algo, recurriendo a la figura del niño que, en nuestra infancia, asistía extraoficialmente a la escuela solo por amor al conocimiento- a un colectivo político en el que, hasta ahora, no tengo ningún rol de trascendencia, no se sabe si por su apatía o por la mía. Pero, tal inclinación no me predispone, en términos políticos, para actuar despreciando la sensatez y la prudencia.

En consecuencia, me siento en el ineludible deber de colocarme al lado del actual presidente dominicano en la situación por la que atraviesa el país en lo que hace al particular aspecto de sus relaciones internacionales y su política exterior. Y lo hago en la inteligencia de que la misma no ha sido provocada por el presidente Luis Abinader, digamos, como consecuencia de un ejercicio malintencionado del mandato que le ha conferido el pueblo al elegirlo, sino más bien honrándolo. El control de la inmigración y regulación de las formas de permanecer en nuestro territorio ha sido una aspiración colectiva del pueblo dominicano que el presidente está persiguiendo.

Nuestra posición en este caso no debe ser interferida por ideas sectarias ni intereses individuales. No podemos cometer la insensatez de regodearnos en la aspiración mediocre de un eventual fracaso de Luis Abinader en la gestión de la cuestión. Nuestro deber es prestar el concurso requerido para que ella resulte lo más productiva posible de cara al interés colectivo. Quienes obren de modo contrario, encontrarán el repudio de la mayoría de los dominicanos. No hay mediación entre soberanía y pretensión de tutela. La idea de autodeterminación no admite ingredientes distintos de aquellos que puedan contribuir a su reafirmación y cristalización.

En el contexto supradefinido, cualquier ruido infundado que desaliente o desoriente la actitud del presidente será estimado como alta traición. Ello no implica, claro, negativa a la actitud crítica, identificante de un eventual manejo torpe de la situación, porque, como decía mi padre, “el que vende los billetes, cambia los premiados”. Hay una obligación ínsita al ejercicio de la presidencia: hacerlo bien. Entonces, todos tienen derecho a exigirla, pero, sin olvidar que el fracaso de Abinader sería el fracaso de todos.

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