Entre el ego y la envidia
Es difícil desprenderse del ego para llegar a la maravillosa experiencia del amor, de un amor pleno que solo se logra cuando se sale del egoísmo que acogota la entrega sin condiciones y pone en riesgo las virtudes que nos acercan a Dios.
Se dice que el ego llega a su máxima expresión cuando éste ha tomado posesión del yo, una actitud propia del ser humano que tiene proclividad a que todo gire en torno a él, y a “convertir el yo en el centro de sus pensamientos y en el punto de referencia de sus acciones”, cuya forma de actuar y pensar se le denomina egocentrismo, opuesto a la caridad cristiana.
Por su parte, en un mundo como el que vivimos en que todo se reduce a querer ocupar los primeros puestos, la propensión a la envidia crece y se agudiza cada día, que Tomás de Aquino explica afirmando que esta “posee como característica específica el entristecerse del bien ajeno, en cuanto que se mira como un factor que disminuye la propia excelencia o felicidad”.
Basta recordar el cuento en que una serpiente que pasaba por el bosque empezó a perseguir a una luciérnaga; lo hizo durante 3 días y 3 noches seguidos, ya exhausta, la luciérnaga se detuvo y dando media vuelta se dirigió a la serpiente: ¿Puedo hacerte 3 preguntas? Como te voy a devorar igualmente, adelante, pregunta: ¿Pertenezco a tu cadena de alimentación? No. ¿Te hice algún daño? No. Entonces, ¿por qué quieres comerme? Porque no soporto verte brillar.