Ante una agresión innecesaria

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Ruddy L. GonzálezSanto Domingo

Los dominicanos hemos vivido, por muchos años, los rigores que sufren los inmigrantes. Nueva York, Puerto Rico, Europa, cuentan historias desgarradoras de familias que han luchado por sobrevivir en las más duras condiciones para poder lograr una ‘mejor vida’ y más promisorio futuro que en el país.

Las travesías en yolas a Puerto Rico, los ‘machetes’ a Nueva York, los furgones –coyotes, amenazas de muerte y todo tipo vejámenes incluidos- para entrar a EEUU por la frontera Mexicana. Todas, odiseas a un alto costo, en dinero, peligros y hasta la ‘suerte’.

Entonces, los dominicanos sí sabemos lo que es ser inmigrante e ilegal, por demás.

Por ello es que hemos acogido –salvando intereses de contratantes y traficantes de personas, armas, drogas- a miles de haitianos que huyen de la grave crisis económica, social y política de su país. Les hemos dado trabajo, vivienda, alimentos, asistencia médica, inserción social al llevarlos a nuestros hogares a trabajar como jardineros, vigilantes, choferes, domésticos y hasta nanas de nuestros hijos.

Esa inmigración se ha desbordado en cantidad y calidad. Es una situación inmanejable.

El Presidente Luis Abinader ha clamado a la ‘comunidad internacional’ -Naciones Unidas, Estados Unidos- ayuda en la solución de la crisis de Haití para evitar una mayor crisis humanitaria y un éxodo. Hemos recibido la callada por respuesta. Más no podemos, como humanos y solidarios. Por ello la indignación del Presidente Abinader y la solidaridad de la sociedad dominicana, en pleno, ante la desbordada, intolerante, falaz e innecesaria agresión que hemos recibido de los que se dicen nuestros referentes, socios, aliados estratégicos.

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