Opinión

La mejor cuña, la del mismo palo

Federico A. Jovine RijoSanto Domingo

Primero como tragedia, luego como farsa… cliché marxista gastado, pero cotidianamente vigente. La sangría de dirigentes que sufre el PLD, lejos de haberse cauterizado con la elección de Abel Martínez, se acrecienta. Su selección -aplastante, mayoritaria y sin traumas- auguraba un periodo de recomposición interna en el cual, todos los sectores se sentirían representados y compromisarios de un nuevo proyecto con vocación de poder, sin embargo, no ha sido así; al parecer, las viejas rencillas personales, esta vez han aflorado como diferendos políticos o ideológicos.

Danilo Medina, limitado constitucionalmente, solamente tiene vigencia política como presidente del partido. En un cálculo frío, de tener que elegir, para él sería más importante su primacía a lo interno a que el partido vuelva. De hecho, un Abel presidente es un Danilo jubilado.

Las salidas no han sido en masa, son cortes quirúrgicos, precisos, puntuales. El trasvase a la Fuerza del Pueblo mengua, pero las salidas continúan (¿hacia dónde?). Es obvio que todo obedece a una estrategia y que esta responde a un arreglo. El PLD en su momento fue exitoso en fagocitar el PRSC, peledeizar a sus dirigentes y cooptar a su máximo adversario político -el PRD- al apoyar la primacía de un Vargas Maldonado que le fue útil en la sombra y efectivo en la luz al lograr lo imposible: la implosión de un partido que, sobre la base de sus méritos, merecía un mejor destino y un final más digno.

Ahora la historia parece repetirse con el proceso de perredeización al que está siendo sometido el PLD con la fuga de dirigentes altos y medios, y esto es perfectamente lógico, predecible y hasta irónico. Juzgar esos saltos a la luz de códigos morales personales e individuales y no desde la lógica estricta de la política es un ejercicio fútil que ignora un contexto más amplio y complejo: la política es la búsqueda y mantenimiento del poder, y con ese fin, quienes la ejercen serán capaces de llegar a cualquier acuerdo y de renunciar a cualquier principio, y más si hay opciones para elegir hacia donde ir y ser bien recibido, cual nuevo hijo pródigo.

En “La Marcha de la Locura”, Barbara Tuchman dio a entender que la sinrazón que comenzó en Troya no terminó en Vietnam, sino que sigue delectándose en la política dominicana, esa en la que lo personal domina sobre lo colectivo y los partidos solo sirven a los fines de quienes los dirigen y, mientras tanto, Palacio observa y se ríe.

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