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Opinión

La emergencia del Cabral y Báez

Todas las veces que fui a un hospital público, ya a visitar a un enfermo, ya a llevar a alguien a la sala de urgencias, me encontré con un cuadro dantesco. El domingo pasado hube de asistir de nuevo a uno, el Hospital Regional José María Cabral y Báez, en Santiago, al que fui en busca de asistencia para el mecánico que nos colabora en la reparación de los vehículos de mi casa. Me encontré con la misma situación de siempre: pacientes politraumatizados; personas con heridas o contusiones múltiples; algunos convulsionaban y otros tenían vómitos persistentes; ausencia de camillas por el exceso de demanda de servicios, al punto de que, en la antesala había personas siendo asistidas sentadas en los bancos del salón.

Solo había una diferencia: todas y cada una de las personas concernidas en el servicio de asistencia a los pacientes estaban concentradas -con mucha presteza- en aliviar a los pacientes que se quejaban de los más variados dolores y afecciones. Se respiraba allí una atmósfera de solidaridad y empatía que desde hace mucho tiempo no veía ni siquiera en las clínicas privadas. ¿Qué elemento me pareció ser el común denominador a partir del cual se activa esa disposición de servir tan escasa en nuestros días? El equipo de salud que sirve en esa sala está contagiado del entusiasmo que con que hacen su trabajo un doctor de apellido Almonte -que parece ser coordinador de esa área- y una emergencióloga de apellido Pimentel.

Parece que los dos profesionales que he mencionado tienen plena conciencia de la envergadura de su responsabilidad. Pero, sobre todo, están conscientes de que la mejor medicina es la que llega primero al alma; que los pacientes necesitan del amor que se transmite en el trato cálido. Y, en vedad, sentí como si estuviéramos retornando al ejercicio de una medicina inspirado en el juramento hipocrático del que apenas si se escucha hablar en estos días. Conductas como la observada, no solo por los doctores Almonte y Pimentel, sino por todo el equipo que los acompaña, sin importar su rango, nos devuelven la confianza en los demás y, por qué no, nos hacen pensar que hay una actitud de las altas instancias del Ministerio de Salud Pública encaminada a devolverle a la profesión médica la mística de su ejercicio más sano y productivo, porque, como anda la cabeza anda el cuerpo. Mis felicitaciones también para el ministro.

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