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El paralítico de Betesda

El evangelista Juan describe los milagros de Jesús con pormenores claros y definidos que solo puede conocer un testigo presencial. Dice que había en Jerusalén, cerca de la puerta llamada de las Ovejas, un estanque conocido con el nombre de Betesda, que tiene cinco pórticos. Allí, acostados en el suelo, había muchos enfermos: ciegos, cojos y paralíticos.

Entre ellos había un hombre que llevaba treinta y ocho años inválido. Sí, había perdido el uso de sus extremidades hacía casi cuatro décadas. A menudo nos quejamos en exceso por sentirnos enfermos un día, cuando muchos otros, más virtuosos que nosotros, apenas saben lo que es estar bien un día. Jesús, al verlo allí tendido, y sabiendo que llevaba mucho tiempo, le preguntó: “¿Quieres ser sano?”. El enfermo contestó: “Señor, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; mientras yo voy, otro desciende antes que yo”. Entonces Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y anda”.

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