Los retos del arte y los artistas en el mercado

Al igual que los políticos, algunos artistas nacionales sufren de un mal ¿incurable?: despreciar que les digan la verdad. Casi sin excepción, andan tras lisonjas de pseudos críticos de arte, cuya opinión vale un cuadrito mal pintado, de esos que los “artistas” no han logrado vender en lustros o décadas. Los encuentran en la calle El Conde o en los empleos públicos, allí donde las posiciones están abiertamente reñidas con el talento, salvo honrosas excepciones.

Acostumbrados a sus propias loas y la as recibidas de “amigos” y las redes sociales pobladas de quienes jamás adquirirán una obra de arte, ni han visitado un museo o galerías, ni teatros, ni escuchado conciertos y —casi con toda seguridad— tampoco leído un libro completo, incluyendo los indicados por el sistema educativo inicial, medio o superior.

“Artistas” acostumbraron a eso y a la cobija política. Al puestecito y sueldo en el gobierno a cambio, generalmente, de canalladas, chismes y delaciones. Otros no han tenido reparo alguno en ser abiertamente chivatos. Esos “artistas”, así entre comillas, porque el arte y las vocaciones son reales cuando por ellas se apuesta la vida, se entregan las horas que haya que entregar para bosquejar mundos sin que importe si alguna vez serán poblados por alguna de esas adulonerías. Esos “artistas” devienen en prototipo del copista y del repetidor hasta lo insufrible. Aún así, se creen genios y andan con la bocaza auto ensalzándose como genios. Eso sí, en entornos precedidos por aquellos factores: empleítos públicos, cobija política y chivatería.

Ignoran, los pobres, lo que ocurre en el mundo. Por ejemplo, que pronto recibirán una gran sorpresa de las distintas generaciones nacidas en la era digital quienes, si se construyen en amantes del arte, tendrán una oferta mundial acuñada bajo el prestigio de las plataformas de las casas subastadoras, pudiendo adquirir obras de arte a precios desde $1,500 dólares y menos.

Para que las piezas artísticas sean aceptadas por tales plataformas (ferias de arte y casas subastadoras globales) activas desde Londres hasta Pekín, algún mérito han de reconocerles sus gestores, todos con estudios y especializaciones en arte, con ojo avezado y ubicados dentro de las coordenadas del mercado de lo fútil y lo exclusivo. Gente informada y proactiva.

Pero en su delirum, al igual que el provinciano latinoamericano referido por Martí en “Nuestra América”, este “artista” y otros que sí los son, y verdaderos, desconocen de esas opciones que están conectando los mundos del arte y los públicos y, ante ellas, adoptan actitud de ingenua supremacía y desdén; como si tuvieran capacidad para detener el tamaño de esa ola que desde ese tsunami de ofertas globalmente accesibles se les viene indefectiblemente encima.

Durmiendo o prepotentes, “desprecian” las ferias de arte y no promueven su obra en espacio diferente que sus talleres, verdaderos claustros de sus irracionales engreimientos. Crean dobles firmas, haciendo una “obra”, presuntamente firmadas por sus “hermanos”, “tíos” o “sobrinos”...

Entanto en el mundo las opciones artísticas crecen y lo latinoamericano se híper cotiza, estos “artistas”, aquí, pretendiendo “los millones de Chanflán” como si la cotización del arte fuese pura lotería.

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