Haití aún a la espera
Mientras más tiempo pasa, se continúa deteriorando la situación de Haití. Resulta inverosímil que aún la comunidad internacional no haya acudido en auxilio humanitario a ese país que se cae a pedazos.
Las condiciones de seguridad, sanitarias y alimentarias son precarias. Haití es un país colapsado, que sólo con el apoyo urgente de las grandes potencias puede iniciar la mitigación de sus ruinas y aspirar a revertir su terrible situación.
La República Dominicana, como nación que comparte el espacio insular, no puede ser parte de la solución de la situación haitiana. Nosotros tenemos nuestras propias necesidades, más la carga que ha significado dar cobija a los millares de haitianos que viven en el país.
No hay posibilidad alguna de que podamos asumir más responsabilidades con nuestros vecinos, que las que ya han sobrepasado por mucho las posibilidades de cooperación, bajo el manto de nuestra acostumbrada solidaridad humana.
Nadie puede pedirnos mayores sacrificios. En nuestro suelo no se pueden admitir centros de refugiados y mucho menos desarrollar una política de invisibilidad de la constante y creciente migración ilegal o abrir brechas fronterizas, cuando nuestra decisión como nación es lo contrario: sellar esos espacios con la muy avanzada valla inteligente.
El pasado 21 de octubre, la ONU impuso sanciones a las bandas armadas haitianas, las cuales incluyen embargo de armas para los actores no estatales, prohibición de viajar fuera del país a los líderes de esos grupos y la congelación de sus bienes bancarios. Pero eso no basta, aún falta la impostergable ayuda real y palpable a Haití.
La crisis humanitaria de ese país lleva a sus nacionales a tratar de buscar una mejor vida de cualquier manera. Tienen dos opciones: o cruzan nuestras fronteras o se tiran al mar. Por eso la inminente necesidad de revertir la caótica situación in situ, para que puedan tener como alternativa viable vivir en su propio territorio y así evitar el desborde de las fronteras de nuestro país.
Desde el asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, el 7 de julio de 2021, la escalada de violencia ha sido estrepitosa. Este hecho tiene como precedente histórico lo sucedido en 1915, cuando una muchedumbre enardecida asesinó al presidente Vilbrun Guillaume Sam, desmembrándolo y luego recorriendo la ciudad exhibiendo trozos de su cuerpo. Esto justificó que el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, ordenara la intervención de los marines norteamericanos en 1915, manteniéndose la ocupación por 19 años.
Ahora el resurgimiento del cólera tiene como corolario la pérdida de miles de vidas. Mientras tanto, la violencia de las bandas armadas se incrementa, con un control absoluto de importantes zonas de Puerto Príncipe.
No me explico que espera la comunidad internacional para socorrer a Haití. Mientras se torne más explosiva la situación, como vecino los daños colaterales serán mayores.
Estamos frente a una crisis humanitaria y de seguridad sin precedentes en Haití. Ya es hora de que la presencia internacional pueda contribuir a desactivar ese caos existente, que la han colocado entre una de las naciones más pobres del mundo. Como ha expresado el canciller dominicano Roberto Álvarez: “No hay tiempo que perder”.