La enseñanza de la historia
La ausencia o la escasa presencia de la enseñanza de la historia en las aulas dominicanas, tanto públicas como privadas, es preocupante.
En los principales centros educativos del país, la historia ha pasado de ser una materia fundamental a convertirse en un simple capítulo de un texto de ciencias sociales.
Cuando yo estaba en el colegio, a mí me formaron con el Manual de Historia de Frank Moya Pons, los alumnos de la primaria y secundaria del Colegio La Salle salimos con una formación básica que nos permitía tener una noción de los acontecimientos históricos ocurridos en nuestra nación, con cierto orden cronológico y espacial.
Incluso hacíamos viajes a los lugares en que ocurrieron los hechos más importantes de nuestra historia, donde se escenificaron las batallas patrias, los municipios donde nacieron nuestros próceres hasta las provincias fronterizas. Ese nos daba una clara visión en el terreno de lo que había sido la historia dominicana, ya que de la fábula pasábamos a la realidad.
No entiendo cómo en las últimas décadas, se ha ido deteriorando la enseñanza de la historia, hasta el punto que estudiantes de secundaria no tengan conciencia de cosas tan esenciales como, por ejemplo, quienes son los padres de la patria, que fue La Trinitaria o los nombres de los héroes de la Restauración.
Pero esto no ocurre solo en las escuelas públicas, sino el todo el sistema incluyendo los colegios bilingües, que tienen una oferta académica superior para preparar los alumnos con estándares internacionales, pero también incurren en el pecado de escasear la enseñanza de la historia. Los muchachos de mi propio entorno familiar, alumnos de estos centros, apenas se saben el himno nacional, no tienen idea de cómo se formó su nación y pena de mi si le pregunto por algunos de nuestros próceres.
Para muchos de ellos, por ejemplo, Concepción Bona y Benito González son nombres de calles.
Conversando con algunos de ellos, repiten las preguntas ¿por qué debo estudiar historia? ¿Para qué me sirve?. Válgame Dios.
Pero no voy más lejos, en un acto conmemorativo de la Restauración en Santiago, los mismos organizadores llegaron a confundir los retratos de los próceres intercambiando sus nombres.
Hay una crisis en la enseñanza de la historia, los textos se han esfumado, incluso hasta se han sacado de los currículos, dentro de un esquema fútil que ha disminuido a su mínima expresión la importancia de la memoria histórica.
El daño está en todo el sistema, desde la falta de preparación del educador hasta el poco interés del alumno.
Se requiere de un programa adecuado que pueda brindar, no solo al estudiantado sino a toda la población, el conocimiento de su pasado.
Hay que reconocer las nuevas formas de aprender y acceder al conocimiento en nuestra sociedad.
Tenemos que auxiliarnos de la creciente importancia de los medios, las tecnologías y las redes sociales en los procesos de socialización y aprendizaje, pues a los jóvenes es lo que actualmente les genera mayor identidad y lo que permea sus valores.
Debemos trabajar en este aspecto con urgencia, pues como expresó el filósofo español George Santayana: “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”.