Los nuevos ídolos
Están ahí, exiliados de la realidad, habitando la burbuja de las apariencias. Responden a la inmediata y hedónica aspiración de una sociedad insaciable. Una aspiración que se activa a partir de dos causas distintas y se verifica en sendos segmentos poblacionales: uno compuesto por los que ya han podido cristalizar toda suerte de apetencias y -con humana vocación-, cada vez quieren más, apostando al hallazgo de lo que nunca será mediante el tránsito hacia la extravagancia y las excentricidades con la vana esperanza de colmar sus anhelos de felicidad; y el otro, compuesto por los desheredados de la fortuna, náufragos sociales que se descubren en las creaciones (géneros y letras) de “sus iguales”, las cuales devienen cauce de expresión para drenar los dolores de los males padecidos, al tiempo que les permiten burlar el cerco que les tiende nuestro mal llevado sistema.
¿Cuáles son los hechos y situaciones que favorecen el estado actual de la cuestión? Ya lo he dicho en varias ocasiones. En nuestros países hay dos mundos: el supramundo y el inframundo. El primero, habitado por nosotros: los beneficiados directos de la “Democracia” y del “Estado de Derecho” que esta ha construido en nuestro provecho para mantenernos a recaudo de todo lo que ponga en peligro nuestra persona y nuestros bienes; los titulares genuinos de la condición de personas. El segundo, habitado por aquellos a quienes, según Giorgio Agamben, nuestra “Democracia” mantiene en permanente “Estado de Excepción”: los que no pueden transitar sin ser detenidos en tortuosas redadas, los seropositivos, los indocumentados; los que tienen como único proveedor de su seguridad social al propietario del punto de drogas de su calle, en fin, las no personas.
Los códigos metafísicos de los habitantes del inframundo son totalmente distintos de los nuestros. Su moral es obligadamente distinta y también su ética. Y, como el dinero, además de ganarse mediante actividades que en nuestra “escala de valores” son correctas, también puede ganarse mediante actividades que nuestras leyes tipifican como delitos, el dinero proveniente de estas últimas suele utilizarse para catapultar los falsos ídolos que hoy nos infestan, divulgando de modo reiterativo su “arte” que, de tanto oírlo, se apropia de la mente de nuestros hijos, diluyendo, en la alienante esfera de las vulgaridades, su posibilidad de cultivar el buen gusto por el arte edificante. Es algo así como… el precio de la exclusión, la venganza del inframundo contra el supramundo mediante la aportación de estos “nuevos ídolos”.