Reparar
Reparar una injusticia que se ha cometido parece más sencillo de lo que parece, pero no lo es. A una distancia de más de veinte años de aquellos acontecimientos que dieron lugar a una separación injusta y peor aún, cargada de celos y resentimientos, aun se recoge hoy la agenda oscura que generó aquel odio visceral, los gestos egoístas, los pecados contra Dios y contra el prójimo, en la que nunca el alma de aquellos protagonistas ha experimentado pena, dolor y deseos de reparar el daño causado.
En verdad el pasado recoge el camino de una vida, con sus luces y sus sombras, con sus momentos de amor y sus faltas más o menos graves, pero, si tan siquiera aquel sufragáneo, hubiera meditado ante la muerte como recomendaba Pablo VI de reconocer el “misterio del pecado que hiere tantas vidas”, los sufrimientos físicos padecidos habrían sido menos angustiosos y dolorosos.
El mal provocado por un accionar egoísta, requiere de verdadera contrición, de una invocación y suplica a la misericordia de Dios, que levanta al caído, perdona y salva a quien ha sucumbido a la tentación de hacer daño a otros sin motivo y razón alguna.
Al mismo tiempo, que surge el deseo de contrarrestar el mal cometido, de arreglar, en la medida de lo posible, los sufrimientos infringidos sobre otros, el acto o hecho de hacer enmienda implica la intención de restaurar las cosas a como estaban antes del daño causado, que se aplica generalmente a recompensar por las pérdidas sufridas o los daños causados por una acción irracional.