La necesaria cultura de paz en las escuelas
Con mis hermanas Mayra y Magaly estuve revisando hace dos semanas fotografías que nuestra madre atesoró con mucho celo.
Como mi padre fue fotógrafo, sus hijos tenemos la dicha de tener reflejadas en decenas de imágenes como fue nuestra niñez y adolescencia. Con mis hermanas en ese momento reí y recordé diversas anécdotas de la vida familiar y escolar.
Vi dos fotografías tomadas en un colegio que fundó mi padre, con un mural de fondo preparado para tales fines. Y un detalle, con excepción de esas dos del recuerdo escolar donde guardé la compostura del estudiante disciplinado, en la mayoría de las fotos que me tomaron en mi niñez luzco feliz y sonriente.
Una semana después de recuerdos tan gratos, me enteré del drama de Jefry (nombre supuesto para preservar su identidad), quien lloró de impotencia con el último episodio del bullying -nombre en inglés del acoso escolar- que viene padeciendo desde el pasado año lectivo.
Las secuelas del maltrato físico y verbal en el niño de apenas 12 años no se reflejan exclusivamente en el aspecto emocional, también han hecho mella en su precaria salud física con dolores abdominales, náuseas, vómitos y falta de apetito.
Se trata de un preadolescente que indiscutiblemente es más feliz fuera que dentro de las aulas y un candidato –con cualquier mínimo descuido de sus padres -a engrosar en el futuro las preocupantes cifras de deserción estudiantil en el país.
Pero todavía peor, el bullying influye de manera acentuada en el ausentismo escolar y en el bajo rendimiento de Jefry en el aula.
Se han dado casos incluso de niños, niñas y adolescentes bajo acoso escolar que inventan excusas para no asistir a los centros educativos, una manera de evitar esas amargas experiencias prematuras, aunque provengan de compañeros de su misma edad.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) ha advertido sobre las consecuencias negativas del bullying, un fenómeno cada día más común en los entornos escolares, con la violencia que suele acarrear, como ocurrió recientemente en un plantel del sector San Luis.
El organismo de Naciones Unidas ha advertido que, tanto si supone violencia física, psicológica o ambas, el acoso escolar tiene un impacto significativo de corto, mediano y largo plazo en la vida de los niños, niñas y adolescentes involucrados, ya sea como agresores, víctimas u observadores.
Plantea que este tipo de violencia es relevante porque afecta negativamente a la víctima, disminuyendo su autoestima y confianza, lo que puede conllevar a que padezcan de frecuentes estados de ansiedad, depresión, autoagresión e incluso conducir al suicidio.
Son advertencias que no deberían pasar por alto las autoridades educativas dominicanas, antes de que ocurran los casos tan lamentables, como en otros países, de menores que se han quitado la vida hasta a la vista de las audiencias por redes sociales.
Algo muy común en el país es la tendencia de educadores, autoridades de los centros educativos y testigos del acoso escolar a minimizar la problemática y hasta sumarse a las burlas contra el menor violentado, contribuyendo a menoscabar la interacción social tan necesaria a esa edad.
El bullying no se da por un episodio aislado. Se trata de una práctica continua y sistemática que no debería pasar desapercibida para tantos actores de la comunidad educativa, a cualquier nivel.
Y el problema del bullying adquiere una magnitud mayor actualmente, ya que en la era análoga, el acoso escolar regularmente terminaba al dejar el entorno del plantel, pero ahora, en un mundo tan normado por el auge de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), persigue a los estudiantes hasta sus hogares.
Por esa razón se ha acuñado el término “Ciberbullying” para identificar el acoso escolar mediante mensajes de texto, redes sociales, celulares, fotos, vídeos, chats o cualquier otra herramienta que aportan las TIC.
Sin embargo, no se trata de un mal hijo del mundo virtual, aunque se ha acrecentado por el uso del internet.
En una reciente charla en que analizó las fortalezas y debilidades del sistema educativo, al psiquiatra Carlos Ángeles le preguntaron si era mejor la educación antes que la actual. Su respuesta fue que son diferentes y una sugerencia muy puntual que planteó fue preservar lo que ha funcionado de cada etapa.
Ahora que el Ministerio de Educación suple de tablets y computadoras móviles a los alumnos para mejorar la dupla enseñanza-aprendizaje, sería beneficioso incluirles a esos equipos materiales educativos sobre el bullying, pero adaptados al mundo virtual que tanto les apasiona.
La experiencia de profesionales de la conducta, como el psiquiatra Carlos Ángeles, podría ser usada también mediante charlas, tomando como base la experiencia positiva de la educación a distancia para abarcar la mayor parte del estudiantado.
Un gran aporte del ministro de Educación, Ángel Hernández, sería ampliar los servicios de psicología disponibles en algunas escuelas del país, para que desde los propios centros educativos se suministren las herramientas que permitan dirimir los conflictos entre estudiantes.
Las escuelas del país arrastran también el problema de la ausencia de una salud mental comunitaria, debido a que la mayoría de los psiquiatras y psicólogos están concentrados en el Gran Santo Domingo.
El kínder, primaria, intermedia y secundaria, junto al tan esperado tiempo del recreo, claro también con sus momentos amargos como los que apenan a Jefry, cuando los pongo en una balanza con aquellos tan gratificantes que viví, constituyen una etapa inolvidable que hasta anhelaría repetir. Las escuelas y colegios deben ser escenarios de experiencias enriquecedoras que perduren hasta la adultez como recuerdos de una etapa feliz.
Finalmente, a los padres tan inmersos como sus hijos en el mundo virtual, recordarles que la educación de sus vástagos no es exclusiva de la escuela, comienza en el hogar.
Corresponde también a padres y madres educarse sobre el bullying para que estén en condiciones de enseñarles a sus hijos a ser empáticos y tolerantes con sus compañeros de estudios.
Mi anhelo es que niños, niñas y adolescentes como Jefry, cuando sean adultos y observen sus fotografías de la etapa escolar –quizás en celulares u otro recurso tecnológico más avanzado- noten que lucen felices y sonrientes, fruto de una cultura de paz y de una real interacción social en los centros educativos.