El fin de los ritos chinos, anunciaba el de los jesuitas

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

A la condena de los ritos chinos por el delegado papal en 1706, el emperador respondió con su destierro a Macao. Los portugueses consideraron a De Tournon un intruso y lo encarcelaron. Fue elevado a Cardenal por Clemente XI. Murió preso el 8 junio de 1710.

Los misioneros que obedecieron la condena firmada por De Tournon fueron expulsados. El emperador Kangxi envió una embajada jesuita a Roma intentando revocar la condena papal de 1704. Fracasaron. En 1710 el Papa suscribió la condena de Tournon y por si alguno tenía dudas, el 19 de marzo, 1715 la constitución Ex illa die establecía: todo misionero debía jurar obediencia a la condena papal del 1704.

Cuando en 1716 se conoció en China la constitución papal de 1715, todos los misioneros la juraron, no así muchos católicos chinos letrados y funcionarios. Muchos prefirieron renunciar a su fe antes que abandonar los ritos. Abstenerse de los ritos habría significado “la prohibición de ejercer sus cargos y del rango de letrados”. Desde el 16 de abril de 1717, Kangxi proscribió “la religión cristiana en todo el imperio”. Luego vinieron las persecuciones.

En 1720, un nuevo legado papal viajó a China intentando aplacar al emperador. Allá concedió ocho permisos para algunos de los ritos. Pero estas prácticas dividieron aún más a los misioneros. Clemente XII y Benedicto XIV volvieron a investigar el asunto.

Por fin, Benedicto XIV, en su constitución Ex quo singulari (11 julio 1742), anuló los permisos concedidos por el último legado, confirmó la condena de 1704 y pidió la obediencia de ese decreto. De ahí en adelante, Roma no tomó nuevas iniciativas conciliatorias. El papa “prohibió que se escribiese sobre los ritos”.

En el siglo XX: Pío XI y Pío XII revisaron los ritos chinos. Pío XII el 8 diciembre de 1939 precisaba: “Las honras públicas tributadas a Confucio ante su retrato y las tablillas que llevan su nombre en los edificios dedicados a él, o en las escuelas, son legítimas, puesto que el gobierno repetidas veces ha afirmado que tales acciones están desprovistas de toda intención de un culto religioso, y son sólo signo del tributo” a un hombre ilustre, y a los antepasados.

Ricci, S.J., habría sonreído, sin embargo, para los jesuitas del siglo XVIII, la controversia de los ritos chinos fue el comienzo del fin.

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