El suicidio del demonio
Los tiempos recios que vivimos llevan a pensar que hay una fuerza oculta actuando, en especial, cuando se observa que esto no se advierte por quienes tienen que hacerlo, sin embargo, conforme uno avanza en la comprensión de la existencia de aquel que san Mateo en su evangelio llama el tentador (4,1-11) “comienza a descubrir las sutilezas con que actúan los demonios, especialmente al hacernos pasar tentaciones como cosas que vienen de Dios”.
Lo anterior, debe ponernos al acecho de saber discernir sobre aquellas cosas que provienen de Dios y las que son tentaciones o sutilezas demoníacas. En las obras de santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz, doctores de la Iglesia, narran los tantos encuentros que tuvieron con demonios y son especialmente esclarecedores de este tema.
En todo esto se encuentra el buen aprovechamiento que hace el diablo de nuestras debilidades, por eso es necesario darnos cuenta de que los “demonios son seres intelectuales puros, no seres racionales como nosotros, y que poseen un conocimiento superior de nuestras debilidades y disposiciones que utilizan para tentarnos”.
En fin, las destrezas y artimañas de que el diablo se vale para entorpecer nuestra vida espiritual variadas, sin embargo, cuando lo enfrentamos con el escudo de la fe, no le queda otro remedio que apartarse de nuestro camino mordiendo el polvo de la derrota.
Escribe José Ingenieros en el Hombre mediocre, que el “diablo no sabe más por viejo que por diablo, si se arrepiente no es por santidad, sino por impotencia”.