Opinión

Los balaguerólogos

Miguel Reyes SánchezSanto Domingo

Desde hace un tiempo, intelectuales y ex funcionarios se han dedicado a contar sus anécdotas con el presidente Balaguer, que van desde lo comprobable hasta lo inverosímil. Algunos de una proximidad incuestionable y otros que se atribuyen una amistad entrañable. Pero para unos y otros el factor común es relatar su relación con el perínclito de Navarrete.

Ahora le ha surgido una ingente prole, algunos realmente lo son, mientras otros se imputan una paternidad cuestionable, pero todos quieren ser hijos de Balaguer. Lo dicen con desenfado, contando como una fábula las relaciones con su papá, mientras otra parte de la familia los niegan.

Me resulta impresionante como todos, amigos y enemigos, acuden en procesión a relatar sus grandes conversaciones, su intimidad y hasta sus influencias, que los convertían -de acuerdo a su fértil imaginación- en una especie de asesores personales del líder político. Cuanta tinta derramada.

El problema en muchos casos es que cuentan episodios, sin cuidar la cronología histórica. A veces relatan hechos con un dejo atemporal, colocando personajes en un tiempo donde no estaban en el país y confunden acontecimientos con otros.

El personaje, en medio de las circunstancias que durante toda su vida le rodearon, se ha erigido en un ser casi mítico o como él mismo decía: “un instrumento del destino”. Balaguer gravitó por más de 70 años en la vida pública de este país. Aún con más de 90 años y ciego ejercía las funciones de Presidente de la República, con el alegato impactante de que no iba al palacio “a ensartar agujas, sino a gobernar”.

Cuanto se ha contado es poco para lo que falta por narrar. Todavía estamos a la espera de la página en blanco del crimen de Orlando Martínez, dejada en sus “Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo”, cuyo contenido decía Balaguer: “se deja en manos de una persona amiga que por razones de edad está supuesta a sobrevivirme y que ha sido encargada por mí de hacerlo público algunos años después de mi muerte”. No dudo que saldrán más de uno atribuyéndose que fueron ellos los depositarios de la misma.

Algunos hacen alarde de su fidelidad al líder reformista, pero en el fondo de su alma y, en efecto, relatan inmundicias que más que elevar la imagen del personaje, lo denigran basados en declaraciones e insinuaciones baladíes. Lo hacen con gracia, tratan de exaltarlo hipócritamente en aspectos de escaso significado, mientras lo opacan con comentarios sobre hechos cuestionables o perversos.

Otros fantasean acerca de su cercanía, pasando a un segundo plano a Bello Andino, Guaroa, Aníbal y Pérez Bello; de acuerdo a sus relatos ellos estaban más cerca que todos e influenciaban al Jefe de Estado en decisiones trascendentales.

Yo también tengo mis historias con el Doctor, que las iré relatando desde mi perspectiva. Todas enriquecedoras, porque me enseñaron el intríngulis del poder por dentro y la megalomanía de los seres humanos cuando detentan un pequeño ápice de autoridad. Siempre recordaré el refrán muy socorrido por Balaguer, cuando le decían que alguien se volvió loco porque lo nombraron, por ejemplo, presidente de una junta de vecinos: “Si quieres saber quién es mundito, dale un carguito”. Una verdad insoslayable.

Recientemente se han publicado trabajos muy buenos sobre el Doctor. Todas estas entregas literarias son interesantes y refrescantes. A veces como biografías y anecdotarios, o como novela y fantasía, mantienen el mito y la grandeza del personaje con quien nadie queda indiferente: o lo ama o lo odia. Mientras tanto, se va ejecutando el juicio inexorable de la historia.

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