Un pueblo generoso

El paso del huracán Fiona por la República Dominicana nos ha dejado el sabor amargo del dolor ajeno. Decenas de miles de personas han resultado damnificados por efecto de ese fenómeno. Araña el corazón ver la desgracia manifestarse en su más triste expresión. Pudiera decirse que, si algo bueno tienen estos fenómenos, es su capacidad de recordarnos que existen muchas personas desheredadas de la fortuna en cuya suerte tenemos una cuota de responsabilidad, considerada esta desde la perspectiva de una eventual indiferencia que, consciente o no, cierre el paso a la compasión, la bondad y la solidaridad con nuestros iguales en las ocasiones que demanden nuestro accionar positivo y humano.

Por fortuna, en esta ocasión ha resultado a la inversa. El evento ha puesto de manifiesto, una vez más, que somos un pueblo generoso, de gentes inclinadas mayoritariamente hacia el bien y dispuestas a dar la cara siempre que haya personas vulnerables en estado de necesidad, personas que demanden la solidaridad como máxima expresión de la condición humana. Da gusto ver al doctor Antonio Cruz Jiminián, a su hijo, doctor Luis Antonio Cruz Camacho, a Rafael Ventura, Iván Ruiz, Víctor Dumé, la familia Lama, por solo mencionar algunos buenos dominicanos, entregados sin esperar nada a cambio, a la noble causa de socorrer los damnificados del huracán Fiona.

Muchos dominicanos están aún en lugares muy apartados de la capital tendiendo la mano amiga de manera desinteresada a aquellos que la necesitan. Es un ejercicio de alteridad que demuestra que no todo está perdido y que los buenos son más que los malos. Cabe reconocer también las labores de los organismos de socorro -con el COE a la cabeza- en lo que atañe a la prevención tomada y las respuestas dadas a la ocurrencia del fenómeno; pero, sobre todo, reconocer a la Defensa Civil, un cuerpo formado casi en su totalidad por voluntarios. Esa labor altruista no debería ser empañada por querellas mezquinas de corte politiquero como las que se manifiestan en otros litorales de la vida pública, desde los cuales solo se ven los errores y, haciendo el papel de ave de mal agüero, siempre se anuncia lo peor y se pretende resaltar todo aquello que no nos sale bien. Conviene empezar a recorrer el camino de la grandeza personal y colectiva. Esperemos para ver cómo salen las cosas, quiénes nos ha engañado y, si así ha ocurrido, vayamos sobre ellos por la vía correspondiente.

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