La única solución de Haití, ¿Somos nosotros?
Digámoslo sin miedo, sin vergüenza y con mucho dolor: el Estado haitiano no existe. Todos los elementos del constructo westffaliano no confluyen en él; no hay un gobierno que controle el territorio y no hay un sistema de derecho que ordene y administre el poder. El pueblo que escribió páginas gloriosas en la lucha por su libertad hoy es esclavo de las miserias de sus élites políticas y económicas, responsables de ese desastre. Haití es un territorio sin autoridad ni legalidad, donde la violencia gansteril está jerarquizada y la gente sufre y muere ante la mirada cómplice y corresponsable de las principales potencias de Occidente, que se beneficiaron por décadas de ese sistema que hoy colapsa, ante su indiferencia y nuestro pesar.
“No hay una solución dominicana al tema haitiano”, ha dicho el presidente Abinader; y tiene toda la razón y le apoyamos, pero… ¿porque él lo diga será así? En los hechos, ¿no somos de facto la solución a ese problema? No haré conjeturas numéricas sin estadísticas confiables, pero la realidad de una ocupación pacífica y total de nuestro territorio es un hecho constatable en parajes y ciudades, en las tasas de partos anuales realizados, en la simple observación cotidiana.
No alberguemos esperanzas, lo que no pudieron lograr la ONU y EUA en 17 años no lo lograrán ahora, es de idiotas pensarlo. La realidad es que la solución más barata, inmediata, práctica e irresponsable para los poderes imperiales somos nosotros, y dejarán que la crisis se agudice y se desmadre hasta que llegue al punto en que la salida más simple sea la obvia: nosotros.
Toca reforzar adentro. No basta un medio muro, toca también reforzar el muro institucional y aplicar la ley de migración; deportar, sí, pero mucho más que eso, sancionar ejemplarmente a quienes contraten mano de obra irregular y a las autoridades civiles y militares vinculadas a la trata de personas; dignificar los salarios y evitar la sustitución de la mano de obra, etc.
El gobierno hace bien en exigir responsabilidades a la comunidad internacional, pero que no se llame a engaño, nadie tendrá la entereza de admitir que el Estado haitiano no existe y actuar en consecuencia; nadie propondrá nada diferente a una intervención clásica (entrada, desarme, pacificación, elecciones libres y salida), y allá, en Haití, ninguna “autoridad” reclamará una intervención militar, a riesgo de pasar como traidor ante la historia. La realidad es simple, estamos solos y nadie vendrá a ayudarnos.