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Organicemos la casa nacional

Entonces, resulta que el viejo Marx siempre tuvo razón: Lo económico es lo más determinante a la hora de analizar una realidad social. Cuando del dios Dinero se trata, todos pertenecemos a la misma religión.

La reflexión viene a cuento porque los hechos van demostrando que en el centro del problema haitiano, más que el racismo –tan presente en un país avergonzado de su negritud– está la economía.

Hoy, República Dominicana luce atrapada en una disyuntiva histórica, pues mientras por una lado rechaza asombrada la presencia de haitianos en situación irregular en sus calles, por otro, los contrata, inicialmente solo para la construcción y la agropecuaria, pero en la actualidad para casi todo. Y vivimos contando parturientas haitianas en nuestros hospitales, niños haitianos o dominico-haitianos en nuestras escuelas, pero al mismo tiempo –en una versión moderna de la vieja anécdota de la gatita de la Tía Dora– celebramos y pagamos a las mafias cívico-militares para que cada día impunemente ingresen más indocumentados. Mientras nuestros gobiernos, por los beneficios políticos y económicos que a corto plazo esa inmigración ilegal representa, se niegan a organizar la casa nacional. Señor Gobierno: organicemos la casa nacional.

De tanta histórica irresponsabilidad de nuestros gobiernos y tanta doble moral de los empleadores, la República Dominicana ha llegado al más peligroso de los escenarios posibles: a la dependencia de una mano de obra indocumentada, que junto a la documentada constituyen prácticamente la base del proletariado nacional. (Si alguien quiere saber la gravedad del problema, que imagine por un momento qué sería de la economía nacional sin esa mano de obra).

Entonces, señor Gobierno, sin prisas pero sin pausa, ponga/ imponga orden en la casa nacional y que residan legalmente aquí los ciudadanos extranjeros que la economía nacional necesita, que es justo lo que hizo España, quien tiene una deuda impagable con nuestra América morena, que la recibió como se recibe a un abuelo enfermo, cuando ella, con las heridas de su Guerra Civil, no era más que un “moridero de pobres”. Pero resulta que a la hora de recibir presiones por su ingreso a la entonces Comunidad Económica Europea, ni esa deuda de gratitud evitó que adaptara su Ley de Migración y su convenio de permiso de residencia y homologación de títulos firmados con nuestro país en 1953 a sus soberanos intereses.

Aprendamos de gringos y españoles, señor Gobierno. Organicemos la casa nacional.

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