El striptease de Fiona
Los huracanes son fenómenos atmosféricos que la desigualdad social convierte en tragedia humana. Ellos desnudan realidades, presagian rebeldías y enfrentan al ciudadano al espejo borgiano de su indiferencia ante la sociedad que le ha tocado vivir, ignorante de Publio Terencio, gracias a quien conocimos el viejo proverbio latino: “soy hombre, nada humano me es ajeno”.
Antes que Terencio lo supieron los griegos, que todo lo pensaron, convencidos de que “lo mejor de nosotros son los otros”, porque solo con ellos existimos realmente. Al fin, es la familia la que convierte en hogar una casa. Son los amigos quienes hacen de un bar (De los espejos, La Casa, Lucía 203) o de un apartamento (el de “La Peña de los muertos de hambre”) el templo de una amistad.
De tan cruel y despiadado, el paso del huracán será didáctico para los dominicanos. Gracias a Fiona nos enfrentaremos en el telediario y las redes sociales a la escasez de viviendas, a la abundancia de calles sin asfalto, a la orfandad de millones de seres humanos que viven en la pobreza o pertenecen a una vulnerable baja clase media a quien basta la apendicitis de un hijo o la pérdida del empleo para regresar al horror de las carencias materiales.
Hablo también de un tipo de pobreza que abarca más que el ingreso económico, pues quien gana un salario por encima de la canasta familiar pero vive en un barrio arrabalizado donde la Policía en vez de proteger asusta, donde mandan los delincuentes armados y hay colmadones y barberías que son el centro de operaciones de todo lo ilegal y perverso, y falta el agua y falta la energía eléctrica, ¡ay!, quien vive en tal realidad es pobre, terriblemente pobre, aunque no falte el pan, un IPhone viejo ni una camisa.
El drama de las escuelas públicas repletas de familias damnificadas -que lo eran ya antes del paso de Fiona- es otro destape que este tipo de fenómenos provoca en una sociedad altamente desigual y por lo mismo injusta.
Si gracias a Terencio sabemos que nada humano debe sernos ajeno, gracias a Fiona pensemos hoy –desde la seguridad de nuestros apartamentos con generadores eléctricos y ascensor– cuál es y cómo es realmente el país en que vivimos y qué podemos hacer por mejorarlo. Pagar impuestos sería un buen comienzo. Con su permiso.