Opinión

Hay que saber perder

Lo aprendimos hace mil años entre “frías” de respeto, en bares de “mala muerte” y mejor vida, de la mano de un bolero (“Amor perdido”) que cantaba como nadie María Luisa Landín y que un solo verso resume: “Hay que saber perder”.

El gran problema del homo sapiens de estos tiempos no es tanto la derrota como el no saber perder y negarse a aceptar que ella, (la derrota), es tan solo un training de Dios que nos prepara para que seamos humildes cuando lleguen las victorias.

Esto de saber perder tiene que ver con todos los frentes que a todos nos presenta la vida en la política, en los negocios y hasta en el santo amor, donde todo fracaso es el inicio de una victoria que llegará la tarde en que junto con el sol, la muy señora se acueste en tu cama para que en su cabalgata ambos despejen cualquier duda sobre la existencia de Dios; al fin, en los países mulatos y empobrecidos, paraísos diabólicos de la desigualdad social, no se puede ser ateos o agnósticos, que es una cosa complicada de la que sólo se puede hablar después de haber cenado o no haberse bañado nunca con el galón de agua prestado por una vecina solidaria.

La derrota nos hace humildes para la victoria y sus bondades. Y así, el bendito buen día en que salga el sol del buen amor, te saluden los semáforos y te hagan bromas los porteros, podrás irte feliz a construir tus sueños sin resentimientos, apoyado apenas en la brevedad de su cuerpo empequeñecido ante la inmensidad de su ternura.

Ser humildes y saber perder en la política, en los negocios, en la amistad, en el amor, y además ¡sin violencia!, que para algo tiene uno escrito en algún libro que “el único rencor posible contra una hembra es un bolero, y la única venganza ser feliz”.

Ante las derrotas que inexorablemente nos guarda la vida, hay que saber perder. Saber perder y renunciar al abuso, especialmente en un injusto país cualquierizado y marchoso, irresponsable y violento como ya es el nuestro donde, con doloroso éxito, se irrespeta todo, incluida la vida, una mujer, la esperanza, (perdonen por la redundancia).

Porque venimos de la derrota, llegamos con el polvo y nos iremos con la brisa, hay que saber perder.

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