¡Rectifiquemos el lenguaje rastrero!
Citando a Fernando Solana Olivares en “Degradación del lenguaje”, copio que, “la leyenda cuenta que Confucio aconsejó al Emperador Amarillo la rectificación de los nombres como una primera y esencial acción política para lograr la coincidencia de las cosas con las cualidades que sus nombres les asignan, buscando establecer así una relación básica de congruencia entre el estado del lenguaje y la salud del cuerpo público y social”. La tesis es importante. Se trata de un insalvable abismo entre las palabras y las cualidades, entre el discurso y el ser social. Steiner dice que, “toda degradación individual o nacional es anunciada en el acto por una degradación rigurosamente proporcional en el lenguaje”. ¿A dónde vamos a llegar con este lenguaje desusado con el cual diversos sectores interpelantes de la comunicación, establecen el derrotero de la palabra? Una súbita inmersión en el lodazal del lenguaje malhadado ha copado programas, transmisiones, musicales, show artísticos, asaltos a la radio y televisión nacional con especímenes del estado primario de la evolución en cuanto a su conciencia y a su decir. El lema de la rebelión de mayo de 1968 de los jóvenes parisinos que intentaron tomar el cielo por asalto como los comuneros de París en 1871, fue cambiarlo todo, el lenguaje, la conducta, la palabra, hasta convertirse en antorchas de luz miscelánea tras el nuevo “Dorado” de expectativas múltiples, por eso cambiaban el becerro de oro de las cábalas por las utopías indelebles de un mundo justo. Fallida la propuesta sin cambiar suficientemente al hombre, la cultura, ese ensamblaje del conocimiento con el auxilio perentorio de la ciencia, hace tanteos todavía en ese carrusel de la historia que vacila, avanza, retrocede, pero irradia, ausculta futuros todavía en ciernes para asegurar el salto de gigantes, que pueda cortar el cordón umbilical del animal primario que nos sobrevive en la conciencia hendida, fracturada, segmentada por el ego. George Steiner cita en su ensayo “Mito y lenguaje”, que antes de que lo hiciera Orwell, ya Joseph de Maistre nos había despabilado en el sentido de que toda degradación individual o nacional es anunciada en el acto por una degradación proporcional en el lenguaje. De esa manera ese lenguaje descuidado, intencionalmente inexacto y deliberadamente empobrecido inhibe el pensamiento crítico, facilita la baja sensible del conocimiento de sí mismo, pavimenta el lenguaje elemental, nos entendemos por sonidos guturales, por asociaciones de monosílabos y por una impúdica conducta básica donde el asco de vivir es consustancial con los ciclos primarios del antropoide. En esa ventolera la democracia de participación se va tronando plebiscitaria. Y pobre de aquel que osara disentir, corre el riesgo de ser imputado de atrasado, fuera de tiempo, fósil del pasado. Las imágenes de la pos modernidad colocan en las pantallas masivas de la tecnología escenas verdaderamente insólitas, un regocijo de la carne impúdica, al ritmo de teclados musicales y canturreos primarios, asomando la absoluta negación del amor, el derrocamiento de toda sensibilidad selecta apacentada por células fluorescentes, cohabitación de la ternura como ofrenda de los cuerpos y el alma. Nuevos “héroes y heroínas” pululan en el asco social de ese libertinaje de palabra cloacal, del cuerpo como ofrenda de los elementales, que supuran simultáneamente lóbregas llagas en el asco de vivir sin cumplidos y cielos superiores.