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El tribunal tuitero

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Federico A. Jovine RijoSanto Domingo

Las masas son enigmáticas, impredecibles, volubles y manipulables. Dentro del rebaño, un individuo se siente seguro y es capaz de actuar, incluso en contra de su propio sistema de valores y creencias, sojuzgado por el sortilegio del absoluto grupal. Fueron los sans culottes enardecidos los que empujaron el carro de la revolución francesa que desembocaría en El Terror, pero no eran ellos quienes lo conducían y, al final, hasta resultaron víctimas… por ejemplo.

Un Estado de derecho se construye a partir de un corpus constitucional, legislativo y jurisprudencial y se administra sobre la base de ese arcano llamado “debido proceso”, esto es, la sujeción de todos los poderes públicos a las normas vigentes y a los procedimientos que estas establecen para lograr sus fines. Lo contrario al Estado de derecho es la barbarie; si este es territorio de la ley, el otro es territorio de la arbitrariedad e inseguridad jurídica.

Las reacciones suscitadas a partir de la variación de medida de coerción a Alexis Medina y compartes, nos obligan a reflexionar en torno al tipo de sociedad que supuestamente queremos ser, y la que en realidad somos. Decimos que queremos el fin de la impunidad, la corrupción y el latrocinio, pero… ¿a qué precio?, ¿acaso es posible lograr la legalidad a partir de la ilegalidad?, ¿el fin último justifica cualquier atropello al Estado de derecho?, acaso si seguimos por ese camino, ¿no nos convertiremos en lo que rechazamos? Si la prisión preventiva excedía el plazo establecido en la ley, entonces, tan ilegal como los actos supuestamente cometidos por los acusados, sería extenderla más allá de lo permitido. En nombre de la pureza revolucionaria o la justicia de la causa se han cometido los peores crímenes de la humanidad, así que no podemos celebrar el hecho de que amplios sectores, con una genuina, legítima e insatisfecha sed de justicia, quieran, además de ser el público, convertirse en el juez y el verdugo, sin agotar un juicio previo.

Las sentencias las dictan los jueces una vez agotado un proceso público, abierto, oral y contradictorio, lo demás es populismo penal, como también lo es recordarnos el oprobioso lastre de miles de presos preventivos, como chantaje para no hacer lo correcto cuando corresponde. Que no nos guste una decisión no cierra la puerta para apelarla en la instancia que corresponda, con argumentos, no con emociones, pues al final, todo juicio conlleva dos sentencias: una para los acusados, y otra para la sociedad que los juzga.

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