Farándula y política
Los partidos políticos utilizan todos los medios para ganar votos. Apelan a cualquier recurso que le sume popularidad a su causa. De ahí la tendencia de conquistar figuras de amplio reconocimiento público para colocarlos en su boleta.
Captan artistas populares, gente con buena imagen, los cuales , a cambio de una nominación, endosan su arraigo al partido que les prohíja.
La tendencia no es nueva: sobran los ejemplos de grandes figuras que fueron atraídas por los partidos y lograron alcanzar posiciones electivas a través de esta práctica.
El fenómeno se produce porque esos nombres, esos rostros, sus voces y hasta su lenguaje, son de la cotidianidad de la gente y esa cercanía genera simpatía, confianza y consecuentemente suma votos.
Lo que para un político profesional representa millones de pesos en exposición pagada a través de toda su plataforma de marketing, para un cantante, un músico, un locutor, un artista popular cualquiera, eso es parte de su día a día.
Ese hecho, que en términos electorales es de provecho para los partidos, no se expresa convenientemente para el país. Porque como el ascenso de estas personalidades se produce casi de manera natural, sin contraer compromiso con grupos de personas alrededor de su boleta ni con la sociedad misma, luego del triunfo se tornan invisibles para esos grupos y posiblemente terminan no haciendo nada a favor de la comunidad. Su paso por la política regularmente termina siendo infecundo, porque su capital no es político. Su capital es de farándula.
No es igual a aquel que luego tendrá que volver a su gente a rendirle cuenta y seguir trabajando política con ellos. Para éste, la tarea no concluye con las elecciones, por el contrario, su vigencia estará siempre en función de su comportamiento a partir del triunfo.
Por eso es que la relación de partidos y aristas regularmente es pasajera, salvo raras excepciones de figuras que contraen un matrimonio eterno con los partidos y terminan siendo más políticos que artistas.