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El parlamento de París y Santarelli, S.J.

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

El ambiente no podía estar más tenso: Enrique III y Enrique IV de Francia habían caído asesinados en 1589 y 1610 respectivamente. Juan de Mariana, S.J., defendía el tiranicidio. Los jesuitas Roberto Bellarmino y Francisco Suárez sostenían que el Papa tenía un poder sobre los reyes en asuntos temporales relacionados con la fe y la moral.

El jesuita italiano Antonio Santarelli sostenía que un papa podía deponer a un rey hereje. Su obra llegó a París en 1624. Los jesuitas fueron citados ante el Parlamento. De nuevo el Provincial Coton firmó una declaración elaborada por el Parlamento: “los reyes reciben independientemente de Dios la autoridad para gobernar sus estados y “estamos dispuestos a derramar nuestra sangre y a exponer nuestra vida en toda ocasión por la confesión de esta verdad”. Pero el Parlamento exigió que los cuatro provinciales jesuitas de Francia tenían que condenar un panfleto contra la política del rey y desautorizar a Santarelli, de lo contrario serían reos de lesa majestad. Pero el rey los libró de esa exigencia.

Es más, tan celoso era el Parlamento de representar la autoridad del Rey, también en asuntos eclesiásticos, que en sus conflictos con algunos obispos, el Parlamento ¡defendió a los jesuitas! En 1645 el P. General Vitteleschi se felicitaba: el piísimo Parlamento de Burgos no puede sernos más favorable.

En 1710 parecía que de nuevo se avivarían las llamas del conflicto. En una historia de la Compañía publicada en Roma, el P. Joseph de Jouvency, narrando los conflictos de 1594 y las condenas posteriores contra Bellarmino, Suárez y más tarde Santarelli, atacaba a los magistrados franceses. Esta vez, los jesuitas de París se presentaron espontáneamente ante el Parlamento para protestar: “no se puede ser más sumisos de lo que lo somos nosotros, ni más estrechamente ligados a las leyes y principios de este reino en lo que toca a los derechos y el poder del rey, quien, en lo temporal, no depende ni directa ni indirectamente de ningún otro poder sobre la tierra, y no tiene más que a Dios por encima de él...”. El Parlamento se limitó a prohibir el libro de Jouvency y no molestó a los jesuitas.

Hasta aquí: Jesuitas y Parlamento francés chocaron por el poder indirecto de los papas y el tiranicidio. Fueron meras escaramuzas al lado de la guerra por el jansenismo.

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