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Manos que curan

Conocedor del remedio del cuerpo y el consuelo para el alma, Cristo se acercaba y llegaba siempre a tiempo a los lugares en que alguien necesitaba sanidad. Curaba al enfermo para que, en el mejor de los casos, pudiera servirle a Él y a los demás. Y no importaba si el quebrantado no podía asistir a la sinagoga o el templo. El Salvador acudía entonces a su casa o adonde estuviese, como huésped poderoso, para desvanecer sus tristezas o quitar sus dolores.

Después de liberar a un hombre endemoniado en la sinagoga de Capernaún, Jesús –según narra Marcos– salió y fue con Jacobo y Juan a casa de Pedro y Andrés. Había oído que la suegra de Pedro sufría un severo malestar: una altísima fiebre la había postrado en cama. Debía ser una dolencia grave, pues el evangelista refiere que esta mujer era incapaz de levantarse de su lecho, lo que sugiere que su afección podía llevarla a la muerte, si no se producía un milagro.

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