Nicaragua y la deriva autoritaria
La historia es el relato que construye el poder para justificarse, pero también para enseñar, disuadir o advertir. Reformulando a Hegel, Marx dijo que la historia ocurría dos veces, primero como tragedia y luego como farsa, y no deja de ser curioso que el hombre que fue llamado por el destino para derrocar militarmente a la abyecta tiranía familiar de los Somoza, en 1979, ya redivivo como presidente constitucional de Nicaragua en 2007, haya decidido encaminar los destinos de su país hacia una tiranía aún más oprobiosa.
Daniel Ortega es una caricatura de sí mismo, la negación más plausible de todos los valores por los que dijo alguna vez luchar. En ausencia de un marco ideológico que justifique cualquier desmán de parte y parte bajo la sombrilla de “lucha contra el comunismo” o “lucha contra el comunismo”, el matrimonio Ortega-Murillo se revela como lo que realmente es: un proyecto familiar de poder.
La singladura 2007-2022 es como un descenso al infierno de Dante, una explicación secuenciada de cómo el poder envilece y corrompe, una relatoría detallada de los pasos necesarios para instaurar un poder totalitario.
Desde 2018 se viene advirtiendo sobre las intenciones y acciones del matrimonio presidencial. Con cientos de muertos y desaparecidos y con violaciones sistemáticas a los DDHH, en las elecciones de 2021 -con la mayoría de los candidatos opositores presos y muchos partidos clausurados-, el resultado fue grotescamente previsible.
Tras asaltar todos los poderes del Estado, la prensa, los gremios, expulsar Organismos Internacionales, etc., no existe una sola instancia asociativa libre de ser anulada (suman más de 1,058); desde la Academia de la Lengua hasta las Misioneras de la Caridad, nadie está a salvo de su poder absoluto, y ahora, remembrando el match Trujillo-Panal/Reilly, le toca el turno a la Iglesia Católica y demás congregaciones evangélicas.
Ya no hay tiempo para paños tibios, toca estar del lado correcto de la historia, del lado de la justicia, del debido proceso, del lado del bien. Hizo bien el gobierno dominicano en demandar ante la OEA, en su sesión extraordinaria del 12 de agosto, el fin inmediato de las persecuciones y detenciones de voces disidentes, y ha sido digna la voz de nuestro episcopado. Toca ahora que todas las instancias políticas se unan a este clamor; la historia nos recuerda que la presión y la solidaridad internacional fueron importantes para acabar con Trujillo en su momento, aunque también nos dice que se necesitaron algunos mocanos.