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Señores decoradores, “de moda” está el arte afroamericano

Mientras en la República Dominicana algunos decoradores de interiores “recomiendan” a sus clientes adornar sus espacios con reproducciones importadas baratas, seriales y no significativas, vendiéndolas como arte; o con un supuesto “arte abstracto”, “moderno”, intensamente imitativo y de escasa calidad de factura y cultural, bajo el argumento de “presupuesto” y “moda”, porque lo leyeron/vieron en alguna revista de banalidades —documento “válido” para nuevos ricos—, el entorno internacional —galerías, centros culturales, museos y casas subastadoras— busca posicionar en el lugar que corresponde esa expresión cultural por demasiado tiempo groseramente silenciada: el arte de los afroamericanos.

“La moda” ha venido a ser reconocer y apreciar económica e intensamente ese arte que podríamos llamar “de la negritud”, acogiendo el término que entre 1934-36 acuñaron el senegalés Leopold Sédar Senghor y el martiniqués Aimé Césaire para designar el movimiento cultural de validación estética (poética) de las particularidades de los pobladores y descendientes de África, sin importar a donde el destino los llevó, en condición de esclavos o libertos, en violación de su calidad humana.

Ha sido injusticia insostenible para los Estados y sus organismos culturales al echar al suelo los postulados de igualdad y democracia. Sólo después del 2008 esa corriente de racismo insolente y abierto reveló sus trágicas dimensiones.

Según refiere Sotheby´s, en la década 2008-2018, el arte de estos artistas realizado en las subastas apenas fue 1.2% del total mundial vendido. Partiendo de las adquisiciones de 30 museos a favor de 775 artistas afroamericanos en las subastas del período, sólo las obras de Baskiat concitaron US$1.7 billones, en tanto los otros 774 artistas afroamericanos apenas lograron US$460.8 millones, un 0.026% de las ventas de Baskiat.

El asunto es “más pesado”, afirmó Sotheby´s: esas ventas las concentraban —aparte de Baskiat— cinco artistas: Mark Bradford, Glenn Ligon, Kerry James Marshall, Julie Mahretu y David Hammons, “cuyas ventas combinadas” en el decenio rondaron US$297 millones: 64% del total vendido, del cual Bradford concitó el 25%, al vender US$117.2 millones.

Observando con más detenimiento, se aprecia que, sin Baskiat, sólo 310 artistas afroamericanos —de los 774— participaron de ese resultado de US460.8 millones. De este monto, excluyendo los cinco artistas previos (US297 millones), los restantes US$163.8 millones se repartieron entre 310 artistas, promediando US$0.528 millones para cada uno en la década, iguales a US$0.0528 millones por año (US$52,838.71, ó US$4,423.22 mensuales). El sueldo de un maestro de inicial y primaria, en USA.

Sotheby´s explica esta opacidad del arte afroamericano en esos entramados culturales y económicos con que, según galeristas como N´Nandy, algunos artistas están convirtiendo su arte “en una mercancía ahora, lo cual es desafortunado, aunque los artistas merecen toda la atención que reciben y mucho más”.

Significativo es que el 25% de esas ventas 2008-2018 ocurrieran en el primer semestre del 2018, marcando el inicio de una apreciación progresiva a favor del arte afroamericano que continúa incrementando y colocándolo en el lugar ganado por su rol de expresión esencial de la identidad de un grupo poblacional definitivo en la formación y perfil político-cultural de los Estados Unidos. El arte como cultura es, pues, lo persistente como moda eterna e invariante.

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