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El bulevar de la vida

Los presos de la certidumbre posible de la muerte

El martes recordaba aquí, que los recientes hechos de sangre no tuvieron que ver con la necesidad de “lavar en sangre el honor mancillado de una hija”, sino con una salsa de chimichurri derramada entre borrachos, con el “tumbe” de 18 frías, el robo de un celular, el pago de un plato de comida o la propiedad de una gorra de béisbol.

Como la víctima mortal de la tragedia más reciente, Manuel Duncan, era un comunicador muy apreciado por destacados líderes de opinión, y el victimario Alburquerque Comprés es un militar condecorado, exfuncionario del más alto nivel, lo ocurrido entre ambos provocó una gran consternación de la que algo deberíamos aprender los dominicanos de la mano de Voltaire: “Cada lágrima enseña al hombre una verdad”, (o debería, pm).

Hoy, en nuestro país la vida vale menos que un amor ya olvidado que por olvidado nunca fue, y las confesiones subidas a las redes por los homicidas o las autoridades, lo confirman.

Ahora mismo estoy viendo a un joven que sin inmutarse, sin culpa ni arrepentimiento alguno, explica que su mujer habría recibido una remesa enviada por otro hombre, y por eso él la ahorcó. Y lo dijo con la paz con que en esa noche uno escribió en su diario: “Ayer hizo calor en Baní. En la tarde fui a nadar a Salinas”.

La pandemia y la crisis social y de valores por la que atraviesa Occidente han disparado las alarmas de la muerte, despertando los demonios de la violencia, la intransigencia, la intolerancia, y ahora todos somos los liberados presos de la certidumbre posible de la muerte.

Pensar que una sonrisa burlona provocó una golpiza de presidiario, y que la reacción ante esa golpiza generó, ya no solo un balazo en el forcejeo que muestran las imágenes, sino la ejecución que significó el segundo disparo.

Y pensar que todo ocurrió en el Rico Hot-Dog de la avenida Rómulo Bethancourt con Núñez de Cáceres, justo y donde hace mil años iba siempre mi hijo/sobrino Huáscar Vladimir, a reponer fuerzas después de celebrar con sus amigos el milagro de su juventud, la divina locura de sus 20 años.

“Un país no debería ser tan pobre que solo tenga dinero, ni tan rico que no le importe la muerte”, es cierto pero ya ven, al nuestro no le importa, ya no le importa.

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