Opinión

Ni tan pobre que solo tenga dinero, ni tan rica que no le importe la muerte

Hoy es uno de esos días en los que, como escribiera Mario Benedetti, “da vergüenza tener frío/ arrimarse a la estufa como siempre/ tener hambre y comer/esa cosa tan simple. (Hoy), da vergüenza el confort y el asma da vergüenza”.

Diez personas murieron la pasada semana, entre ellas cinco mujeres por el pecado terrible de serlo. Cinco hombres fallecieron en estúpidas riñas, luchas de egos insanos que no debieron provocar más que un insulto, una bofetada, una trompada como las de antes y es mucho. En el Distrito Nacional, un conocido comunicador fue asesinado en una riña que empezó por una salsa de chimichurri derramada en una camisa, en una madrugada de hambre, risa burlona y borrachera.

En Bávaro, un hombre mató a su compañero de trabajo en una discusión por un plato de comida; en El Seibo, un adolescente mató a un adulto por la propiedad de una gorra. En Verón, un hombre fue herido mortalmente por, supuestamente haberse marchado de un colmadón sin pagar 18 cervezas que había consumido; y en la capital, un joven fue ejecutado en un negocio de comida rápida… para robarle un celular. ¿Qué nos está pasando? ¿Qué son esos mandamientos?

Ninguna de estas tragedias ocurrió por la necesidad de “lavar en sangre” el honor mancillado de una hija o el buen nombre de una madre humillada, agredida, no. Fue el machismo leninismo inseguro y sicópata, fue una salsa derramada en una camisa, el tumbe de 18 frías, un celular, un plato de comida y una M que no es de martes. Podemos crecer como China, ser líderes mundiales de turismo y puticlubs, tener a Albert Pujols y a las reinas del Caribe para masajear nuestro ego herido, acumular las reservas de Alemania o tener las zonas francas de Colombia, pero si la muerte va a visitarnos porque una mujer es mujer, por una mayonesa derramada, por una gorra de las Águilas, un celular sin minutos y 18 cervezas que ni siquiera eran Presidente, es que estamos fritos, jodidos quiero decir. Como Cristina Onassis, la pobre millonaria a la que canta Sabina, un país no puede ser tan pobre que solo tenga dinero ni tan rico que no le importe la muerte. Como sociedad, algo estamos haciendo mal y estamos a tiempo de empezar a corregirlo.

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