Importancia de la Restauración en la cultura dominicana

Anteayer 16 de agosto, los dominicanos celebramos el re-inicio de la gesta independentista (Restauración), liderada por Gregorio Luperón e iniciada en 1863 con la Proclama de Capotillo, capitaneada por Santiago Rodríguez.

Poco se ha analizado —bajo la óptica y análisis culturales—, lo que significa este proceso que inició nuestra separación definitiva de España. Tampoco su calidad de resultado y fuente del sentido y esencia de la dominicanidad: sentimiento y auto-percepción de integrar un colectivo que comparte hábitos, herencias, lengua, destino, religión, costumbres, historia; forma de ser, pensar, soñar, creer, actuar, expresarse, divertirse y amar, habitando esta geografía.

Podría creerse que La Trinitaria y La Filantrópica, fundadas por Juan Pablo Duarte, crearon ese sentimiento y consciencia en los pobladores del Santo Domingo, desde 1838.La noción de diferencia respecto a otros conglomerados humanos (franceses, ingleses, españoles y haitianos) nutría la psiquis colectiva de los habitantes de la región oriental de La Española desde antes del trabajo ideológico, político y militar trinitario.

Los albores de esta diferenciación respecto a múltiples “otros” cristalizaban desde los aborígenes tainos, siendo natural que los transmitieran a sus descendencias. Este creer-sentir de conglomerado endógeno, distinto y homogéneo, se expresó heroicamente en la epopeya del Bahoruco de 1519-1533, al mando de Guarocuya e Higuemota (Enriquillo y Mencía). Estos líderes trazaron la Línea de Pizarro entre las identidades ibérico-europeas y la taína, logrando, gracias a la victoria alcanzada, separar a su sobreviviente comunidad de los entornos de y la convivencia con los conquistadores. Esta auto-segregación, entendida como acto de supervivencia étnica y diferenciación, se mantuvo viva en el territorio desde entonces para, con el tiempo, entroncar con la población criolla —mestizos descendientes del cruce taíno-español, taíno-negro, negro-español o españoles inmigrantes—, pobladores, desde 1496, de esa ciudad amurallada diferente de las ibérico-peninsulares, con formas propias de vivir e interactuar entre sí y frente a la naturaleza y las instituciones.

Estos ascendentes étnicos-culturales convergían con el tiempo, erosionando los conflictos causales de la epopeya bahoruqueña para potenciar interrelaciones progresivas y colaboracionistas, rentables frente al abandono de la Isla por los conquistadores a raíz de la colonización de la vastísima geografía continental, ante la cual la dimensión terral de La Española devino insignificante, perdiendo atractivo e interés.

Los aspectos étnicos-culturales claves y embrionarios del sentimiento identitario y diferencia ante los “otros” que fraguaban entonces fueron los de libertad, justicia y solidaridad. Atesorados como reductos de aquella guerra étnica, humanamente emancipadora (Bahoruco), y del sentir cierto de abandono: de no poder contar con “otros” para ser o sobrevivir. Fertilizaban como convicción emotiva en las consciencias de criollos y mestizos desde la España Boba.

El año 1605-06, de las llamadas Devastaciones de Osorio, había aportado otra fuente contribuyente del sentimiento “nacional”, expresado también respecto de los bucaneros, filibusteros y esclavos negros radicados en la franja noroccidental isleña.

La mudanza poblacional hacia el Sur y Sur-este, desde la costa norteña, grafica el itinerario y desarrollo histórico-espacial del sentimiento identitario, de pertenencia, robustecido como reactivo auto-afirmador en este suelo; como libertad y rechazo a los abusos e indiferencias coloniales. Factores que impulsan la Historia y esta difícilmente pueda subestimar. Continuará.

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