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Desde los cerdos, la ciencia derrotando a la muerte

“Hay toda una población de personas que en toda una era diferente podrían haber sido llamadas muertas”. Parent, Brendan: Universidad de Grossman, Nueva York. Citado por Kolata, Gina: “The NY Times”.

La aspiración a la vida eterna expresa la mayor envidia humana hacia la eternidad inmerecida de los dioses. No la ganaron por algún esfuerzo. Les fue dada como parte del paquete conceptual que los define.

La mortalidad humana y de las especies biológicas es, más allá de antítesis de esa superioridad aspirada de las eternidades divinas, la fuente mayor del resentimiento humano y, también, de esa frustración que con el envejecimiento se apodera de quienes lucharon contra el mundo, anteponiendo los bienes, el poder y los beneficios propios adquiridos a veces por cualquier modo y medio a todo lo diferente a ellos mismos: el amor, los afectos y el valor y estima concedidos a familiares, amigos, hijos, esposas y los otros.

Después de atesorar riquezas imaginables e inimaginables, los acumuladores de fortuna y, desde esta, de poder y objetos, lamentan que perecerán o que están pereciendo. Ven sus arrugas progresivas, el debilitamiento de sus facultades vitales, la laxitud de sus energías y la debilidad de sus articulaciones como premonición inexorable del avance avasallante de ese momento de la vida que les podrá mostrar, finalmente, el rostro verdadero de la Parca. Algunos escogen auto complacerse auto atribuyéndose logros y victorias en campos desafiantes.

—He tenido una vida plena —se dicen. Y duermen, ¿felices?

El mito de la vida eterna

Por milenios, la humanidad ha vivido aferrada a ese deseo de superar su calidad perecedera, su condición de amasijo de reemplazo, de aparato irreparable en un momento inexorable o por alguna circunstancia, eventualidad o accidente.

El monumento estelar de esas ansias de continuar por siempre viviendo nuevos retos y experiencias lo ilustran con la robustez de imaginativos heroísmos y desgarradores fracasos las bien conocidas momias del antiguo Egipto.

Y, con menor materialidad que estas, los grandes mitos orales y escritos sobre las fuentes de la eterna juventud que tanta literatura y entretenimiento han inspirado. También los contenidos del arca de la alianza y de la caja de Pandora.

Porque vivir por más tiempo ampliaría exponencialmente las posibilidades obtener más y más cada día y a pesar de los reveses.

Aunque al momento de actuar pocos recuerden que habrán de morir un día descifrable sólo desde la sordera y mudez enunciativa de los arcanos, el peso de los recuerdos se anexa al sentimiento de nostalgia de perder lo obtenido o de aspirar a seguir teniéndolo, induciendo a pensar que pueden existir nostalgias progresivas y regresivas. De lo tenido y lo aspirado.

La humanidad se define como guerrera contra la muerte. Contra Thanatos, evitando ser conducida, hasta ahora, a ese proceso natural, definido como momento, “una cosa”, guerrea también contra la naturaleza, deseando apropiar ambas. Las ansias de vivir parecerían estar motivadas por deseos de posesión sobre la muerte antes que por la determinación a extender los sinsabores de la vida por siempre.

El arma clave en esta lucha no es ese denodado interés de permanencia sino un artefacto imaginario: Frankenstein: el primer ser biológico salido de un laboratorio e impulsado por energía eléctrica.

Ha gravitado por siglos en el imaginario hasta que fue destronado por la clonación de ovejas inglesas y otros experimentos similares en China, que juegan con el genoma humano. Ahora está siendo reactivado aunque de forma diferente.

La nueva frontera: desde las células

Como el tiempo en la postmodernidad se acelera, no ha sido necesario esperar varios siglos más para dar el siguiente paso: revitalizar los órganos muertos desde su base celular, gracias a los cerdos.

Es decir, recuperar la vida orgánica desde su fuente embrionaria celular y, desde esta, hacia los órganos, aparatos funcionales de la vida.

Es lo que han informado David Andrijevic y colaboradores en un ensayo publicado el 03 de agosto 2022 en “Nature”, titulado “Recuperación celular tras isquemia caliente prolongada de todo el cuerpo”.

Partiendo de que la muerte ocurre cuando “el flujo sanguíneo o exposiciones isquémicas similares, comienzan cascadas moleculares perjudiciales en las células de los mamíferos”, proceso que ha sido mitigado o revertido minutos u horas después, los autores describen un nuevo sistema que después de una hora de isquemia tibia “conservó la integridad del tejido, disminuyó la muerte celular y restauró procesos moleculares y celulares seleccionados en múltiples órganos vitales”. Más aún: “De manera proporcional —agregan—, el análisis transcriptómico de un solo núcleo reveló patrones de expresión génica específicos de órganos y tipos de células que reflejan procesos de reparación moleculares y celulares específicos”.

Gina Kolata, del New York Times, versada y dedicada en estos temas, en un artículo al respecto publicado en la misma fecha, afirma que el bioético Stephen Latham, de la Universidad de Yale, enfatizó que este sistema está “muy lejos de ser utilizado en humanos”. Otro grupo dirigido por el doctor Nenad Sestan, profesor de Neurociencias y otras especialidades en la Escuela de Medicina de Yale “quedó atónico por su capacidad para revivir células”.

Otros, como el doctor David Andrijenic, de la misma especialidad e institución, consideran que “todo lo que restauramos fue increíble para nosotros”, y Nita Frahanny, profesor de derecho de Duke, “quien estudia las implicaciones éticas, legales y sociales de las tecnologías emergentes”, además de increíble, opinó que el hallazgo le pareció “alucinante”.

Revertir la muerte

Más que extender la vida, la ciencia decidió recorrer el sendero contrario: revertir la muerte, transitado por el doctor Frankenstein. El mito y los imaginarios forman realidades suyas, que les son propias aunque no sean palpables. Ahora la ciencia no quiere construir vida sino avanzar por el camino inverso.

En la diversidad de enfoques y consideraciones sobre este procedimiento científico era natural arribar a y encontrar una pregunta filosófica: “Suponemos que la muerte es una cosa, es un estado del ser”, afirmó Frahanny a Gina Kolata para agregar: “¿Hay formas de muerte que son reversible? ¿O no?”. En vez de recurrir a un pastiche orgánico-estructural, se desea revertir la muerte en el organismo óbito. Y, como en Frankenstein, insuflándole vida por medios de la alquimia farmacéutica.

La solución inyectada a los cerdos durante este estudio y procedimiento sobre el cual la Universidad de Yale ha solicitado su patente, “contenía nutrientes, medicamentos antiinflamatorios, medicamentos para prevenir la muerte celular, bloqueadores nerviosos (sustancias que amortiguan la actividad de las neuronas y evitan cualquier posibilidad de que los cerdos recuperen la conciencia) y una hemoglobina artificial mezclada con la propia sangre del animal”.

Algunos especialistas han visto en el procedimiento una esperanza para incrementar la disponibilidad de órganos trasplantables y otros, para prevenir eventos cardiovasculares u orgánicos terminantes y catastróficos.

Tal ruta recorre el saber humano actualmente, en tanto en honor a nuestra insularidad y pequeñez geográfica —que esperamos no sea también humana— nos deshacemos entre futesas solucionadas desde que el mundo empezó a ser mundo y se supieron cinco cosas: por dónde entra el agua al coco, cual es primero entre el huevo y la gallina, en qué javilla se rasca el cerdo, dónde la pava continua poniendo y que plátano maduro no vuelve a verde, aunque lo hagan director, viceministro o ministro.

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