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Opinión

La metamorfosis de los ídolos

Tuve un amigo llamado Carlos Santana -ido a destiempo-, que declaraba con frecuencia: “no me gustan mucho los homenajes a los vivos, ellos podrían involucionar y uno sentir la vergüenza de haberlos distinguido públicamente”. Otro amigo –también ido a destiempo–, don Pedro Rivera, en su lenguaje característico, me expresó un día que “todo el mundo no estaba preparado para tener dinero ni para tener un arma de fuego.

En la segunda parte del drama histórico “Enrique IV”, de Shakespeare, el príncipe reprende al bufón tardíamente repudiado, Falstaff, con las siguientes palabras: “¡Qué deshonra para mí acordarme de tu nombre o mañana conocer tu cara!”. La expresión dio título a la que, para mí, constituye la obra cumbre de Javier Marías, “Tu rostro mañana”, que pretende recordarnos la metamorfosis que puede experimentar una persona en el futuro. Lo propio puede ocurrir después de su conversión en “ídolo”. No se puede asegurar nada sobre nadie.

Lo anterior viene a cuento a propósito del debate surgido con relación a de uno de esos ídolos modernos, estimados como tales en el marco del “bullicio mundanal, a partir del desempeño de oficios que, en modo alguno, exigen ningún tipo de formación y que, al verse coronados con la gloria no tienen claro qué hacer con ella.

Creo que lo ideal sería no elegir como paradigmas a quienes “la tribu” escoge como tales. No dejar que las bocinglerías mediáticas nos construyan héroes. Tener parámetros un poco más rigurosos a la hora de elegir referentes, ya que, desde mi modesta perspectiva, el talento no es estimable con arreglo a banalidades. Siempre preferiré la democracia, si bien propicia, a veces, el surgimiento de ídolos de cartón, pero debo admitir que ello anda en proporción directa con los niveles de educación de los pueblos.

El grado de educación predominante en nuestra sociedad de hoy no permite a las mayorías distinguir entre la virtud real y su apariencia.

Para convertirse en un paradigma se requieren las excentricidades, los escándalos, tener muchos seguidores en las redes sociales. Asimismo, promover la vulgaridad verbal y la vida licenciosa, burlarse de nuestros lábaros patrios, visitar lupanares, ser víctima de atentados, andar cercano a los traficantes, lucir gruesas cadenas en el cuello, indecentes tatuajes, etc. Esos paradigmas son totalmente distintos a los de ayer: Mariano Lebrón Saviñón, Américo Lugo, Franklin Mieses Burgos, Bosch, Balaguer, Peña Gómez, Ulises Francisco Espaillat. Con permiso de Wagner, vivimos “El ocaso de los dioses”.

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